Con Gustav Mahler podríamos haber cerrado una relación significativa de músicos imperecederos y desequilibrados, considerando el desequilibrio con las reservas expuestas en la introducción a esta serie. Pero me parece conveniente recordar otras evidencias, anteriores y posteriores al gran sinfonista.
Tengamos en cuenta que personalidades tan vitales como Nicolo Paganini (1782-1840) o Franz Liszt (1811-1886), con tumultuosas existencias entregadas a numerosos amoríos, tuvieron sus hundimientos morales, y en el caso de Liszt una vocación religiosa tardía (¿temor a la muerte cercana?) que recuerda a Lope de Vega. Que la imagen lánguida de Frédéric Chopin (1810-1849), víctima de la enfermedad romántica por excelencia, la tuberculosis, se mantuvo imperturbable a pesar de los cuidados de George Sand, su famosa amante, y de su estancia en Mallorca, por mor de su benignidad climática; tal vez por una melancólica idiosincrasia que le llevó a componer poéticos nocturnos y otras piezas pianísticas inigualables, que lejos de la languidez dan muestras de una gran energía. Que la personalidad de Richard Wagner (1813-1883) presenta estigmas de megalomanía o que Alexander Scriabin (1872-1915) se dejó embargar por la mística iluminación teosófica. Y que un americano singular y un británico diferente merecen distinción en el musical espacio del desasosiego: Gerswhin y Britten.
El raro caso de George Gershwin (1898-1937), no heredero directo de la tradición europea sino hijo musical del siglo XX, es para maravillarse. Un americano de ascendencia rusa (su apellido en origen era Gershowitz), un judío que introduce punzantes ritmos jazzísticos y el estilo melancólico del blues cantado, con raíces africanas revestidas por su particular visión. Desdeñado por los puristas, que negándolo como compositor serio lo consideran un musiquillo de “music-hall”, se empapó del folklore de Carolina del Sur para realizar una obra maestra, única en la historia del teatro lírico, llena de canciones e himnos concebidos al estilo de los espirituales negros: Porgy and Bess. Con todo, es el más célebre de los compositores americanos. Pero como hombre sigue siendo un enigma para los estudiosos. Había sido un niño melancólico, y tras conquistar gloria y fortuna se sentía desgraciado, esclavo de sí mismo.
Gershwin fue ganado por el psicoanálisis y, al parecer, en sus desplazamientos desde Nueva York, ciudad donde nació y vivió, se hizo acompañar alguna vez por su psicoanalista. Posiblemente estaba acomplejado por sus carencias técnicas, abrumado por las complejidades armónicas de otros músicos coetáneos (como Ravel o Stravinsky), aunque en verdad estuviera sobrado talento. Aprisionado en el tiempo, quizás se sentía angustiado por no poder crear más obras de envergadura y tener que limitarse a sus sencillas canciones. Acaso sus males derivasen del tumor cerebral que le llevó a la tumba con sólo treinta y ocho años. Sea como fuere, igual que a la mayoría de homínidos pensantes se le negó la plena felicidad terrena.
Foto de 1974 (Britten-Pears Foundation) |
Benjamin Britten (1913-1976), un músico relativamente cercano en el tiempo, sufrió un duro golpe a su ideal de juventud, que preveía un futuro de felicidad para toda la humanidad truncado por la guerra civil española y el ascenso del nazismo. Su tendencia a la melancolía –como la de otros grandes músicos– tal vez se vio agravada por los acontecimientos; prefirió el aislamiento al aplauso general, y su pesimismo queda reflejado en su testamento sonoro. Su Réquiem de Guerra (War Requiem) es la declaración de un pacifista convencido contra todo conflicto bélico y la inutilidad de la destrucción. Como todo hombre hipersensible, habría de herirle hondamente el violento mundo que le rodeaba. Precisamente la hipersensibilidad portadora de sufrimiento, no la inclinación sexual del compositor, justifica la inclusión de Britten en este capítulo.
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Este artículo es una parte de otro publicado en Filomúsica (revista de música culta):
(He realizado pequeños cambios y añadidos)
ANEXO. Gracias a las aportaciones del doctor Carlos Delgado, psiquiatra y melómano, puedo añadir otros grandes nombres a la nómina de músicos desequilibrados en función de diferentes patologías. Alcohólicos: Alexander Glazunov (1865-1936) y Max Reger (1873-1916). Depresivos o con trastorno bipolar: John Dowland (1563-1623), George Frederic Handel (1685-1759), Gioachino Rossini (1792-1868), Mikhail Glinka (1804-1857), Edward Elgar (1857-1934), Gustav Holst (1874-1934), Charles Ives (1874-1954). Obsesivos: Antonin Dvorak (1841-1904), Erik Satie (1866-1952), Alexander Scriabin (1872-1915), Manuel de Falla (1876-1946).
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