viernes, 29 de octubre de 2010

Tiempo de castañas

Estamos en tiempo de setas, pero también en tiempo de castañas. La castaña fue un alimento fundamental en otro tiempo, hasta que el descubrimiento de América aportó la patata –que la suplantó en la dieta básica–, consumido como fruto fresco o seco, e incluso molido como harina. Recolectarlas, extrayéndolas de sus espinosos erizos, puede ser muy trabajoso para los industriosos adultos y un disfrute para los desocupados chiquillos. Y el magosto es una fiesta tradicional de Galicia, celebrada entre 1 de noviembre (Todos los Santos) y el 11 de noviembre (San Martín); en la ciudad de Ourense se celebra en esta fecha, coincidiendo con su patrón, San Martiño.


En el magosto hay tres elementos implicados: la hoguera para asar los frutos, las castañas asadas y la reunión en torno a ellas. Lo principal, el fuego, con su carácter mágico; de ahí el probable origen del término: Magnus Ustus (gran fuego) o Magum Ustum (fuego mágico). El ritual es el siguiente: se prepara una lumbre con leña y, al apagarse y quedar las brasas, se coloca sobre ellas un cilindro metálico con agujeros en su base (tambor o tixolo) o una parrilla, donde se van asando las castañas (previamente cortadas en un extremo o “picadas” para que no salten o revienten con el calor), dándoles vueltas con una vara para que alcancen su punto, sin quemarse. Ya asadas, las castañas se pelan y se comen. ¡Ummm!

Tradicionalmente, la fiesta del magosto, en la que no faltaba el vino y otras viandas, se amenizaba con bailes y cantos populares, con juegos y con narraciones de cuentos. La gente del campo disfrutaba antaño con especial intensidad, se tiznaban el rostro con el hollín y brincaban sobre las brasas, ajenos a la tecnología y a la artificialidad hoy imperante. La tradición se mantiene, es cierto, pero encuadrada en otro ámbito de modernidad.

Las castañas tienen variadas aplicaciones gastronómicas. Además de asadas, a la manera tradicional del magosto o en el horno casero, pueden prepararse de otras formas: cocidas, en purés… o como sofisticado marrón glacé. Las he probado cocidas amenizando carne de cerdo; todo un descubrimiento.

Los colores del Otoño están aquí, y el pardo otoñal de las castañas no podía faltar. En las ciudades aún hay castañeras para recordárnoslo, algunas con un bonito horno en forma de antigua locomotora de vapor. Hoy mismo pasé por delante de una de ellas y no pude resistirme a adquirir un cucurucho de sabrosas castañas asadas. Mientras las degustaba, me llegaron lejanos olores de infancia, en medio de un bosque de castaños, vareando sus erizos y abriéndolos en el suelo con el borde de mis sufridos zapatos. ¡Qué ricas estaban…! ¡Y crudas!

Vals do Magosto


La castanyera (la castañera), canción infantil catalana

6 comentarios:

  1. Impecable y sentida evocación, amigo mío. Y de consistencia aperitiva además: aquello del cochinillo con castañas me obliga a suspender el 'comment' para ir en busca de algún bocadillo aunque sea precario.
    Un cordial abrazo, José Manuel.

    ResponderEliminar
  2. Me ha gustado especialmente esta entrada, amigo José Manuel. La verdad es que, hace un mes, cuando empezaron a brotar los puestos de castañas aquí en Jerez (donde también hay tradición "castañera"), mientras que la temperatura nos obligaba a andar -todavía- en mangas de camisa, me parecieron fuera de tiempo y lugar. No obstante, ahí siguen, y ya va apeteciendo más acudir a ellos para comprar un "cartucho" de castañas asadas. Pero has evocado también mis recuerdos... compartiendo buenos ratos con mi madre. También las comíamos crudas.
    Feliz "tempo do magosto", y un otoñal a la vez que cálido abrazo.

    ResponderEliminar
  3. Este breve comentario tuyo, querido Lizardo, es intensamente estimulante. A mí también se me excitan las glándulas salivares.
    Un fuerte abrazo.

    ResponderEliminar
  4. ¿Qué puedo añadir a tus palabras, querido Francisco? Las evocaciones brotan con sus particularidades en cada lugar.
    Un cálido abrazo.

    ResponderEliminar
  5. Qué entrada tan bonita, José Manuel; aquí en Madrid, las castañas asadas, el humo y el calor de los puestecillos, entrañables, también forman parte del paisaje urbano otoñal, lo humanizan y lo inundan de evocadores aromas; además hacen más llevadero el frío que, aunque este año ha llegado más tarde, parece haberse instalado ya. Qué lástima estar tan lejos de tu Galicia: este magosto que nos decubres me ha parecido tan hermoso y atractivo...en fin.
    Muchos bicos.
    (y muchas gracias por la cita en "Moonlight senerade", no llegué a tiempo de dejarte un comentario)

    ResponderEliminar
  6. Bello es tener una cálida y femenina presencia como la tuya, querida Lola. Y un manjar otoñal en la noche madrileña tampoco está nada mal.
    Moitos biquiños.

    ResponderEliminar