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En una actitud crítica de la política sanitaria aplicada a nuestro peculiar sistema de salud, integrado por diecisiete servicios diferentes, se han propuesto cambios de rumbo orientados a la racionalidad. Como ejemplo, una estrategia centrada en el apartado de farmacia, una específica revolución farmacéutica, imposible porque choca con demasiados intereses. Bastaría aplicar la propuesta de no financiar los medicamentos que no suponen ninguna ventaja y que, por encima, son más costosos. Sin embargo, se financian a sabiendas de que son innecesarios, pues al mismo tiempo se recomiendan alternativas más eficientes, machaconamente, con un cinismo inaudito. Es como si se cometiese deliberadamente un pecado y después, no queriendo cargar con la culpa, se tratase de expiar. En este viejo país somos así de contradictorios… o de farisaicos, o de antiéticos.
Por otro lado, asistimos a diversas opiniones sobre la la Atención Primaria de Salud de los profesionales de este nivel, bienintencionadamente dirigidas a un cambio sanitario integral, a una verdadera revolución sanitaria. Consideran los opinantes la conveniencia de reforzar el primer nivel
sanitario y ponerlo en valor, por lo que supone de inestimable centro de
coordinación sanitaria. Como ejemplo, la última, de Sergio Minué, que en
general suscribo. Pero a su crítica profesional (apatía, conformismo) añadiría
el acomplejamiento frente a los
especialistas del segundo nivel, para quienes el médico de familia parece
ser un simple ordenanza, y la absoluta
sumisión a los gerentes.
Al respecto de esto último, se están firmando
la aceptación de objetivos (¿acuerdos de gestión?) estando en desacuerdo con
ellos, acatando la resignada recomendación de “ver oír y callar”, rechazando la
valentía quevedesca: “No he de callar por más que con el dedo...". Sin la voluntad de cambio de los médicos de
familia poco cabe esperar. Estos profesionales, bien
considerados, valorados y respetados en otros países, tragan aquí con lo
inimaginable, hasta el punto de encontrarse en la actualidad convertidos en el rebosadero del sistema, como alguien apuntó con conocimiento. Y en este estado de cosas, la revolución sanitaria es imposible. No creo que lleguen a
ver ningún cambio favorable en la Hispania inmutable, alérgica a cualquier
revolución social, sin trocar la actividad funcionarial por otra humanística y
pensante.
Desde la realidad del lamentable presente, la
mejora futura sólo podría llegar desde un cambio
de mentalidad general, política, directiva/gerencial, profesional y poblacional.
(Sincretismo de dos comentarios en otros blogs sanitarios)
Revolution - The Beatles
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