El asunto de la indefensión del médico de cabecera, del galeno de atención primaria que hoy en día trabaja en solitario, sin ayuda auxiliar en consulta, sin nadie que estime su labor y, en caso de necesidad, le sirva de amparo o testigo, no deja de asombrar a quien es protagonista y a quien, ajeno a la sanidad, se le hace saber la situación real de nuestro diario quehacer. Y asombra más aún que los centros de urgencia extrahospitalarios carezcan de guardias de seguridad.
Dos artículos de 7 Días Médicos me sirven de fuente de inspiración: “La indefensión ante el abuso”, de Rafael de Pablo, y “Vosotros, los pacientes de atención primaria”, de Juan Carlos Olazábal. Como sus autores, extraigo negativas conclusiones del abuso de algunos usuarios o, en extremo, abusuarios, que todo lo exigen, a quien sea, a su médico y a otros, que no comparecen a las citas y vienen sin previo aviso, reclamando un justificante que los exima de una obligación profesional, demandando un informe o un certificado improcedente, exigiendo fármacos que ningún facultativo les prescribió, convirtiendo en indemorable una consulta rutinaria, amenazando si no se les atiende enseguida…
Las vivencias obligan a expresar lo que uno siente por imposibles de deglutir (por infumables, como dice un compañero) y yo mismo podría hacer duras afirmaciones. No toca hoy hablar de la parte amable de la medicina. Estoy harto de la insolencia de algunos abusuarios que entran por la puerta provocando literalmente, rompiendo los esquemas de la comunicación. Me entristece la agria situación a la que hemos llegado y el creciente temor a ser violentados, sobre todo por la alta calidad humana de los profesionales de atención primaria, por su entrega y sacrificio. Recuerdo cómo los primeros médicos de familia criticaban la actitud y el ejercicio profesional de los viejos médicos generales; eran mirados con recelo y tildados de soberbios por su distanciamiento del paciente. Una simple conclusión la de aquellos que hoy, conscientes del gran error, son víctimas indefensas.
Me irritan también las crecientes llamadas a los juzgados para actuar como testigos, por intención de abogaduchos, generalmente por accidentes de tráfico. ¡Ojo!, el médico de cabecera como testigo de un paciente, no como perito. Se supone que es llamado como médico, porque en las hojas de citación no se explicita, sino que se le emplaza para testificar en relación a fulano de tal, sin más. [En cualquier caso, no es llamado como testigo-perito, figura recogida en la Ley de Enjuiciamiento Civil.] Así funciona la Justicia, como el resto de administraciones públicas, y así nos va. Y ¡ay si uno no se presenta! De 180 a 600 euros de multa por aplicación del artículo 292 de la Ley de Enjuiciamiento Civil. (De 200 a 5000 euros de multa por aplicación del artículo 420 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal). ¡Vaya por Dios! En cambio, si el juez no acude a mi consulta no pasa nada, le sale gratis. Ya veis, todos somos iguales ante la ley. Me muero de la risa, y lloro por la indefensión.
En cuanto a la indefinición de tareas y responsabilidades en los centros de salud, el médico tiene claro cuales son las suyas y asume otras que no le corresponden. Recibe órdenes por doquier y, sumisamente, obedece. ¡Cuánta generosidad! ¿Y para qué? Para después sentir el azote de la ingratitud. A mayor responsabilidad, obviamente más riesgo; los excesos producen cansancio e inducen a errores. ¡Qué nadie se queje entonces de la indefensión!
Si alguien tiene que poner freno a despropósitos y abusos es la autoridad competente. Son los responsables políticos que ordenan la sanidad pública. Deben ser honestos (que nadie se ría) y humildes, deben dejar claro de una vez cuáles son los derechos y los deberes de los usuarios. Deben explicarle a la ciudadanía cuáles son los medios con que contamos y hasta donde llegan, informando de los límites de nuestro sistema, universal y por ello constreñido; no deben crear falsas expectativas meramente electoralistas. Deben dinamizar los servicios de atención al paciente o reconvertirlos (ahora son meras oficinas de reclamaciones). Deben poner los medios para preservar la salud de los pacientes. Y deben cubrir las espaldas de sus trabajadores para evitar su indefensión.
No quiero dejar un poso de pesimismo. Efectivamente, lo habitual es la normalidad, por más que los abusos hayan ido en aumento y el respeto haya menguado. La mayoría de desviaciones en los comportamientos son reflejo de la sociedad en que vivimos, en demasiadas ocasiones permisiva con los violentos e intolerante con los individuos modélicos. Pienso que todo pasa por la educación cívica.
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Hoy es un día señalado para mí, y al mismo tiempo triste por el reciente asesinato de una compañera de profesión en la Comunidad de Murcia. No pensaba postear todavía este artículo, pero me parece oportuno darle salida cuando se anuncian cinco minutos de silencio en memoria de María Eugenia. En relación al trágico incidente, en otra fuente se dice que es difícil (no imposible) poner medidas de seguridad en los centros (de salud) y se alude a la violencia de la sociedad en que vivimos: “Los grupos parlamentarios estudian medidas para que no se repitan sucesos como el de Moratalla”. Esperemos que se haga algo de una vez y no quede todo, como siempre, en buenas intenciones.
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