Sin duda el medio natural más loado por los músicos –al igual que los poetas– es el mar, la benefactora y temible belleza, fuente de vida y seno de muerte. El mar o la mar, que se ama y que se teme por esa inmanente dualidad subyugante; dios y diosa que alimenta los cuerpos y los espíritus que maman de sus ubres plateadas, sin dejar por ello de engullirlos. Si por volumen el mar es importante (los océanos cubren casi dos tercios de la superficie terrestre y su agua salada supone casi la totalidad del agua del planeta), cuánto más por lo que nos aporta. Inconmensurable matriz y gigantesco féretro de música inequívoca.
La devoción marina impulsó a Claude Debussy a componer tres esbozos sinfónicos: «Del amanecer al mediodía en el mar», «Juego de las olas» y «Diálogo del viento y el mar», recogidos bajo el título genérico y sin ambages de El Mar (La Mer), en el que el maestro del impresionismo musical dibuja un tríptico lírico, colorista y épico. Tampoco obvió el finlandés Jean Sibelius la fascinación oceánica, recogiendo el misterio de las profundidades en un poema sinfónico basado en la mitología griega y no menos inspirado que el del francés: Las Oceánides. Quizás a menor nivel, Félix Mendelssohn halló con anterioridad inspiración en una visita a Escocia para componer la obertura Las Hébridas o La gruta de Fingal, la impresión sonora de su viaje a ese archipiélago y en particular a una famosa gruta o cueva marina en la isla de Staffa.
En otro plano, Edward Elgar compuso Cuadros marinos (Sea Pictures), para contralto y orquesta, basándose en cinco poemas de su esposa Alice. Con posterioridad, el también británico Benjamin Britten elaboró Cuatro interludios marinos, pertenecientes a la ópera Peter Grimes, en los cuales nos transmite sensaciones de soledad, de desolación y de la furia del mar. Y la primera sinfonía de un sinfonista y compatriota de los anteriores, Ralph Vaughan Williams, lleva por algo el subtítulo de Sinfonía del Mar (A Sea Symphony). Incluso nuestro Joaquín Turina dejó inacabada su propia Sinfonía del Mar.
Más cercano en el tiempo, George Crumb ha conseguido capturar el canto de la ballena en Vox Balaenae, una obra de cámara para flauta, cello y piano, de sonoridad próxima a Messiaen, que vale como muestra representativa de la vida que los mares albergan: nada menos que el mayor de los seres vivos que el mundo jamás ha conocido.
Pero además de las obras de compositores clásicos, no hay que olvidar otros legados, como el de Martín Códax, juglar del siglo XIII y único poeta gallego medieval del que heredamos siete composiciones incluyendo letra y música: Cantigas de Amigo; desde la primera, Ondas do mar de Vigo, late un mar –como otros mares– que es un compendio de las distancias, de las ausencias, del amor inextinguible. Ni debemos omitir las anónimas Cantigas populares que tienen como motivo o trasfondo el mar.
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«Los arpegios del mar» forma parte de un ensayo publicado en Filomúsica (revista de música culta) sobre las obras musicales inspiradas en la naturaleza:
Como muestra de este apartado marino-musical, traigo «Del amanecer al mediodía en el mar», primer esbozo sinfónico de La mer, de Claude Debussy.
«Los arpegios del mar» forma parte de un ensayo publicado en Filomúsica (revista de música culta) sobre las obras musicales inspiradas en la naturaleza:
Como muestra de este apartado marino-musical, traigo «Del amanecer al mediodía en el mar», primer esbozo sinfónico de La mer, de Claude Debussy.
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