Hace una década, escribí: “Algunas veces tengo la sensación de estar atendiendo no a enfermos sino a individuos descontentos del sistema y de la sociedad, ansiosos en grado sumo…” (*). Hablaba entonces de un destructivo sistema (sanitario), condicionado por el influjo social y de los medios, lastrado por una deficiente transmisión de información, cuando no confusa o errónea. Ahora aun mantengo mis pasadas afirmaciones, pero en lugar de epígrafe tan derrotista prefiero referirme a un sistema insatisfactorio.
Al respecto de nuestro sistema sanitario, acabo de leer dos artículos de opinión de la e-ras (revista de opinión y actualidad sanitaria) con los que comulgo en su esencia. Uno de Vicente Baos (Médico de familia), que reclama tiempo y disminución de la burocracia (modificando por ejemplo el sistema de bajas laborales: “¿alguien se atreve a copiar el modelo inglés donde el paciente no necesita ningún documento de su médico en los primeros 15 días de ausencia laboral?”), que se lamenta de la difícil accesibilidad al nivel especializado y de las demoras en la realización de pruebas diagnósticas, y que concluye: “Hay que cambiar modelos y estructuras rígidas, pero hay que hacerlo con la participación de los sanitarios”. Otro de Rafael Sánchez Arroyo (Especialista en Microbiología y Parasitología, Medicina Preventiva y Salud Pública), que habla de desorganización, rémoras y desencanto generalizado, que muestra una realidad no vista desde las alturas, bajo un sugerente enunciado: “Para observar el Sistema Nacional de Salud, ¿Google Earth o Google Street View?”.
Son dos visiones diferentes, desde la perspectiva de cada nivel asistencial, que convergen en una misma idea de sistema insatisfactorio. Dos valoraciones que, desde un aparente pesimismo, albergan un optimismo que brota de espíritus inquietos. Por eso recomiendo ambas lecturas.
(*) Brea Feijoo, JM. Destructivo y caótico sistema. Jano 1999; 56 (1299):34.
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Sistema sanitario: insatisfacción de largo recorrido
En realidad, la insatisfacción viene de largo. Desempolvo una reflexión de fin de año, escrita el penúltimo día de 1991, y leo lo que sigue.
El sistema está totalmente despersonalizado, deshumanizado, masificado. Hay tal desorden y anarquía, que no hay quien se aclare. Una auténtica chapuza. ¿Quién coordina aquí? Ni se sabe... No hay conexión entre los distintos niveles asistenciales, ni entre miembros de un mismo nivel. Y desde los centros de dirección y gobierno no se fomentan las relaciones. ¿Hay interés en que nada vaya bien? De ser así así, es estúpido o repugnante...
Faltan ideas claras y sencillas, reglas de funcionamiento eficaces. Sobra improvisación y falta racionalización. Sobran burócratas de asiento mullido y rostro farisaico. Falta rendimiento y honestidad en los directivos... Los facultativos honestos están hastiados, frustrados, hartos de papeles y papeles, de hacer de escribanos apresurados, obligados a una mala letra. No hay medios suficientes, no hay estímulos, no hay seriedad. Y chocan intereses de unos y otros; choca los la medicina pública con la privada... Cunde la decepción, el pesimismo, el abatimiento, la desmoralización.
A la postre, ¿quién cree en los políticos?
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