jueves, 16 de abril de 2009

En busca de la felicidad

La felicidad puede considerarse como un estado mental que proporciona sensaciones placenteras y que modula, de manera agradable y positiva, la recepción y la interpretación de los impulsos recibidos del medio ambiente, del almacenaje de la memoria o de los propios receptores corporales.

Sonriendo, podría haceros partícipes del contenido de una hoja parroquial –¡vaya por Dios!– que cayó en mis manos. En ella venían sabios consejos para ser felices que hago míos; entre ellos: reírse de uno mismo, ahorrarse disgustos distinguiendo una montaña de un grano de arena, saber callar y escuchar y no tomarse las cosas muy en serio o tomarlas serenamente. Breves encomiendas, más útiles que el más largo sermón, que la más extensa homilía, a las que habría que añadir en buena línea: hacer el bien y procurar la dicha ajena.

La felicidad, anguila esquiva y mudable… Todos los mortales andan en su busca, sentenció un pensador, señal de que ninguno la tiene y que ninguno viene contento con su suerte. Siendo más precisos, podemos sentenciar que casi nadie está satisfecho con lo que tiene ni con lo que es; ya sabemos aquello de que la suerte de la fea la bella la desea. También sabemos que no hay dicha permanente, sino momentos felices a los que podemos aspirar.

Confundida por algunos con el éxito o el triunfo, con el reconocimiento social, la felicidad no significa alcanzar lo que se desea –éxito–, sino desear lo que se alcanza, regocijarse con lo que se posee. Nunca en términos absolutos, lo que no impide hablar de ella como aspiración suprema del ser humano. Dije que asumía las recomendaciones de aquel boletín informativo eclesiástico y apruebo otras, para configurar un ideario sobre la felicidad que, felizmente, os brindo:

  • Ríase de usted mismo.
  • Ahórrese disgustos, distinguiendo una montaña de un grano de arena.
  • Sepa callar y escuchar.
  • No se tome las cosas muy en serio o tómelas serenamente.
  • Rectifique en vez de angustiarse con la culpa.
  • Entréguese a sus quehaceres con entusiasmo.
  • No critique ni juzgue.
  • Haga el bien y procure la dicha ajena.
  • Despréndase del egoísmo y de la envidia.
  • Ámese y ame.
***
La felicidad, como el placer, está en el cerebro. Y una buena propuesta poética es la de Miguel Hernández en Nanas de la cebolla...

Desperté de ser niño.
Nunca despiertes.
Triste llevo la boca.
Ríete siempre.

2 comentarios:

  1. Hola Doc!!! muy buenas recomendaciones, si muchos las llevaran a cabo, cuantas molestias de salud evitarían. Saludos.

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  2. Desde luego, querida Julia, que nos evitaríamos muchos sinsabores. Pero ¡son tantos los condicionantes que dificultan llevar a la práctica vital las recomendaciones teóricas! Hemos de superar obstáculos y barreras existenciales para alcanzar un mínimo de dicha. Un bico (beso en gallego) desde Vicus (o sea, Vigo). Y gracias por tu aportación.

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