El cardiólogo Manuel Fuster Siebert, (1944-2008), de quien hice referencia en un artículo genérico sobre Humanismo Médico, fue el traductor de la última biografía de William Osler (1849-1919): “William Osler: una vida entregada a la medicina”, de Michael Bliss. Por haber sido alumno suyo, cuando era un joven profesor de la Facultad de Medicina de la Universidad de Santiago de Compostela –y Jefe de Sección de Cardiología Pediátrica en el Hospital Clínico Universitario de esa ciudad gallega y universal–, puedo dar testimonio de sus inquietudes humanistas y, al igual que el médico canadiense, de su ejemplar proceder y total entrega a la medicina. Aun reconociendo la necesidad de especialización médica, e incluso de superespecialización como en su propio caso, entregado a la cardiología pediátrica, el doctor Fuster era consciente de la necesidad de conocimiento médico global, entendiendo el organismo como una unidad de sistemas interconectados, inútiles independientemente. Por desgracia, esta valoración suya no era la general, y lo es todavía menos en un tiempo de parcelaciones del saber médico y de sobrevalorada tecnificación, impuesta sobre la humana consideración del paciente. La inquietud humanista del doctor Fuster ya le había llevado con anterioridad a una primera traducción de Osler: Aequanimitas, una colección de ensayos. Y aún realizó una tercera, y póstuma, del admirado médico canadiense: Un estudiante de Alabama y otros ensayos biográficos. Por desgracia falleció antes de revisarla, pero gracias a su hija Cristina Fuster –autora también de una nota introductoria– quedó completada la labor de este querido y admirable cardiólogo humanista.
De una entrevista realizada por el diario El Correo Gallego, bajo el epígrafe de “La pasión humanista del traductor de William Osler”, reproduzco una gran parte, con algunos párrafos que nos dan claves de la propia personalidad del doctor Manuel Fuster:
(…) Siempre me interesó la lectura. El ensayo. Cuando yo era joven era frecuente que los estudiantes leyésemos libros como Cuerpos y almas, de Van der Meersch, y cosas así. Aparte del material estrictamente técnico. Yo, por ejemplo, me leí las obras literarias de Ramón y Cajal, y me engancharon bastante. Era un niño inquieto, jugaba todo el rato, pero también leía siempre que podía. Creo que la medicina no se puede desvincular de las humanidades. Porque un médico no es otra cosa que un individuo al que le interesa todo lo humano, en principio el ser humano enfermo. Nosotros nos entusiasmamos por cosas que otros tal vez rechazan, como la enfermedad, o el estudio de los órganos internos... La medicina es hermosa porque uno es útil al prójimo. Pero es también una profesión llena de curiosidades, de anécdotas. Ahora sabemos que la literatura puede ayudar mucho al médico, y por supuesto al enfermo. En Estados Unidos hay cátedras que mezclan sin problemas ambos conceptos. Hay aspectos sentimentales, muy próximos a la esencia humana, que no están en los tratados de medicina. Pero se puede aprender mucho sobre eso, sobre lo que siente el enfermo, en libros como La muerte de Ivan Ilich, o en Pabellón de reposo, o en La montaña mágica, de Thomas Mann. Cela, es bien sabido, estuvo en un pabellón de tuberculosis, así que sabía bien de lo que estaba escribiendo. Hoy se pide a los enfermos de cáncer que cuenten, que narren su experiencia. Y es que en la medicina el dominio del lenguaje es fundamental.(…) Aquí tengo uno de los primeros libros de William Osler, Aequanimitas, que es una colección de discursos, de ensayos. Aequanimitas es, además, el título del primer ensayo, y está tomado de los estoicos. Quiere decir que el médico ha de ser imperturbable. Osler propone a los alumnos que adquieran esta virtud, que no pierdan los nervios, que resistan. Y es que el médico ha de transmitir seguridad al enfermo. Pero el equilibrio, la distancia, la objetividad, son virtudes médicas que en absoluto deben estar reñidas con el tratamiento humanista. Osler viene a decir que no se puede ejercer la medicina sin emplear bien la cabeza. Pero, además de la cabeza, dice también, hay que poner el corazón.(…) A veces creo que el pediatra que yo tuve en mi infancia, en Vigo, contribuyó a que yo me hiciera médico. Era un hombre muy afectuoso, se sentaba al borde de la cama y se ponía a hablar conmigo... me contaba cómo había sido su vida en Santiago, cuando era estudiante. Era un hombre muy próximo, y eso, sin duda, es lo más parecido al humanismo de la medicina.
William Osler |
(…) Osler es un médico conocido. Suena en la profesión, porque hay enfermedades que llevan su nombre, etc. Pero la primera vez que me encontré con su figura fue en La Paz, en Madrid, gracias al doctor Julio Ortiz Vázquez, que lo citaba mucho. Hablaba de las cuatro haches de Osler: humanidad, humildad, honradez y humor. Insistía mucho en el humor. Luego recuerdo que compré un libro que tenía cuatro fotos de Osler pasando visita. Aquello me impactó bastante. Osler veía, tocaba, escuchaba y reflexionaba. Ese era el proceso. (…) me encontré en la biblioteca, en inglés, con Aequanimitas. Decidí traducirlo, porque me sorprendió que nadie lo hubiera hecho hasta entonces. Fue una labor pesada, compleja, es cierto, porque Osler es difícil. En 2001 saqué una biografía traducida suya. Ya había una de 1925 (Osler murió en 1919), escrita por su vecino en Baltimore, el padre de la neurocirugía, Harvey Cushing. Cushing era un adicto al trabajo, con intereses literarios, pero, sorprendentemente, se dedicó a hacer una biografía de Osler en plan masivo, con tres o cuatro secretarias, poniendo anuncios en los periódicos en los que recababa información sobre el personaje a todo aquel que la tuviera, o bien fotos, o bien recuerdos. Hizo una biografía de más de mil páginas y ganó con ella el Pulitzer. Yo tenía el libro, leí gran parte de él, en inglés, pero me costaba muchísimo, porque el texto estaba muy cercano a la hagiografía. Cuando Oxford University Press publicó en 1999 la nueva biografía, la de Michael Bliss, me di cuenta de que interesaba mucho el carácter múltiple del médico canadiense. Interesaba la llegada de su padre a Ontario, siendo, como era, un pastor protestante, cómo se había fundado la Universidad John Hopkins, cómo se recaudaron los fondos, etc. El análisis es increíblemente detallado, y muy, muy interesante. Bliss nos cuenta que Osler fue un hombre que viajó mucho, que tenía un carácter muy cordial, muy abierto... vestía con leontina y chistera, pero era cercano, un benefactor social, próximo a los estudiantes... ganó muchísimo dinero, y yo diría que regalaba un 30 por ciento, o algo así. A sus casas las llamaba ‘Brazos abiertos’. Conoció a todos los grandes de la medicina, y luego llegó a Oxford, para culminar su carrera. Naturalmente, para mí traducir la obra (William Osler, una vida entregada a la medicina, editorial Ergon, 2006) fue una experiencia interesante. Se trata de una gran biografía clásica, muy documentada. Seguir todos los pasos de la vida de Osler es algo muy atractivo, y muy ilustrativo. Afortunadamente los conocemos bien. Pero sus discursos y sus ensayos son también sorprendentes. Osler fue, por ejemplo, uno de los que introdujo el sistema de médico interno residente: Osler copió un poco el sistema alemán, aunque en Alemania había más interés en la investigación. Los residentes tenían que ser médicos, varones, solteros... Pero sí, es cierto que fue un gran promotor de la enseñanza directa. En Baltimore, en el John Hopkins, quiso que el estudiante de medicina fuera una pieza fundamental en el engranaje del hospital. Osler se crecía ante el enfermo, con los alumnos delante. Más que en las clases teóricas. Y, desde luego, haciendo autopsias, que hizo muchísimas.
Según recogen las crónicas de su fallecimiento, a los 64 años, el doctor Manuel Fuster Siebert se mantuvo activo hasta su final, a pesar de estar aquejado por una larga enfermedad. Su muerte causó gran conmoción, por ser un hombre muy querido y entregado a su profesión, que siempre tuvo en cuenta el lado humano de la medicina. En su labor médica procuraba darles las explicaciones precisas a los padres de los pequeños enfermos; así por ejemplo, cuando a un niño le detectaba un soplo en el corazón, les decía "que no es una enfermedad, tan sólo un ruido que hace el corazón", de modo que no se marchasen angustiados a casa. Yo mismo lo recuerdo como un médico interesado en el conocimiento científico más allá de la cardiología y, sobre todo, como un hombre de trato exquisito con los pequeños pacientes y con sus padres. Tras su corpulencia y aspecto germánico había un ser extremadamente sensible y bondadoso. Debo decir que hallé un faro orientador en la figura de este inolvidable cardiólogo pediátrico, a quien considero un paradigma del humanismo médico galaico e hispánico. Un ejemplo a seguir.
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Apéndice musical.- Creo que el doctor Manuel Fuster era un melómano y que incluso tocaba el piano. Me gustaría saber qué música le agradaba, pero me atrevería a asegurar que Mozart habría de estar entre sus compositores favoritos. Vaya en su recuerdo el "Andante" de su Concierto para piano Nº 21.
Tras editar la entrada, he tenido conocimiento de que, efectivamente, le encantaba la música clásica, escuchaba especialmente a Mozart y solía tocar a Schumann, Beethoven y Chopin. Además, su padre y algunos de sus tíos paternos eran músicos. Y entre las obras de Schumann que tocaba, ¡cómo no!, Escenas de niños.
A la memoria del Dr. Manuel Fuster Siebert,
médico cardiólogo y humanista, siempre preocupado por el enfermo.
Hace muy poco tiempo que me he acercado a la inconmensurable figura del Dr. Osler, gracias a la Fundación Lilly -no quiero dejar de decirlo- que publicó los libros traducidos por el Dr. Manuel Fuster. Tampoco quiero dejar de decir que fuiste tú, amigo José Manuel, quien despertó mi interés por el médico canadiense, una vez que me hablabas de "las cuatro H"... Ahora, ha sido un placer conocer algo más sobre Fuster, médico humanista a quien seguro que le encantaría la encantadora melodía de Mozart que has elegido. Y, especialmente, me ha impresionado esa parte de experiencia personal, tan de agradecer, que aportas.
ResponderEliminarHa sido un placer.
Muchas gracias, y un fuerte abrazo.
Opino como Francisco: claro que le gustaría Mozart; las personas de esa categoría tienen una extraordinaria sensibilidad en todos los ámbitos y hoy nos das una clarísima muestra de ello, querido José Manuel. Solo otro humanista, médico y melómano de exquisita sensibilidad podía rendir un homenaje como este a un colega y maestro,
ResponderEliminarBicos mil.
Veo que las cuatro "cuatro H" de Osler ya las hemos adoptado ambos como referente ético, querido Francisco. Si en este caso he sido para ti el artífice de un descubrimiento, mucho he de agradecerte yo la transmisión de conocimiento a través de tus dos excelentes bitácoras. De todas formas, valga el recíproco intercambio de información médica, melódica, artística o de cualquier ámbito humano.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo y gracias por tu continua presencia.
Querida Lola, ésta es una de las entradas que con más satisfacción he editado, por todo lo que representa el personaje. No tengo la menor duda de que el Dr. Manuel Fuster es merecedor de un tratamiento más extenso, por su saber médico, por su entrega profesional y por su calidad humana. Y sí, estoy contigo y con Francisco en que la música mozartiana no habría de serle indiferente.
ResponderEliminarBicos mil.
Es una grandiosa entrada, que debe servir de ejemplo para todo médico, ya que, aunque suene dictatorial, estamos sumamente obligados a ser humanistas, y usar el humor para sanar de las heridas que nos inflinge la sociedad, y para elevarnos sobre las mezquindades. La humildad es la precondición para seguir aprendiendo y enseñando. Y sobre a música, que mejor manera de afinar nuestro arte estimado amigo. El arte del médico está en su ejercicio cotidiano de la sensibilidad. En mil pacientes debemos tener mil sentires, ese es el quid artístico de nuestra empresa...
ResponderEliminarSin duda, amigo Tony, nuestra profesión es una combinación de ciencia y arte, aunque en los últimos tiempos se haya tratado de imponer una estricta medicina basada en la evidencia. No hay que olvidar la contribución decisiva de la comunicación como elemento terapéutico. Humanamente, humildemente, honradamente y humorísticamente.
ResponderEliminarSaludos cordiales.
Un gran Dr. Molina Herrero me enseño que su profesión es bellisima e inspiradora
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