Capricho nº 42 de Goya |
Asistiendo a las políticas aplicadas a la sanidad pública, mi primitiva ingenuidad de que lo público garantiza el bien común se acabó desmoronando... Se financia lo superfluo y se excluye lo básico. Se legisla sin lógica y se deja de aplicar lo legislado. Se fomentan los medicamentos genéricos y se permite la barra libre con los fármacos. Se exprime a los trabajadores y se pone a prueba la paciencia de los usuarios. Se permiten abusos y se hace vista gorda con los “abusuarios”. Se incompatibiliza a los médicos del sistema público y se facilita que del mismo se lucren desde lo privado. Se enreda la asistencia y se favorece el aumento del gasto. Se olvida la integración asistencial y se bloquea el nivel primario. Se teoriza con la cohesión y las diferencias entre autonomías se van acrecentando. Se cacarean las excelencias del sistema nacional de salud y cada consejería actúa por su lado...
No deja de ser una parte del gran disparate hispano: megalomanía de la alta velocidad, disparatadas construcciones faraónicas, aeropuertos fantasmas… y todo con el dinero de los contribuyentes indignados.
No deja de ser una parte del gran disparate hispano: megalomanía de la alta velocidad, disparatadas construcciones faraónicas, aeropuertos fantasmas… y todo con el dinero de los contribuyentes indignados.
Los disparates, de Francisco de Goya
[Vídeo post. por eliminación de previo]
No podías haber ilustrado mejor el disparate hispánico que con los dibujos del maestro Goya.
ResponderEliminarUn sensato abrazo, amigo José Manuel.
Amigo Francisco, Goya era un visionario. Supo ver como pocos la estupidez ibérica y retratarla.
EliminarOtro sensato abrazo.
Y además, nada de todo eso parece importarle a la mayoría. Una de dos, o vivimos en un país de millonarios disfrazados que pueden pagárselo todo (sanidad, educación, jubilación, asistencias y emergencias diversas...)y no nos hemos dado cuenta.... o estamos rodeados de imbéciles, ignorantes y egoístas. No lo puedo comprender.
ResponderEliminarMoitos bicos, mi querido y reivindicativo José Manuel.
Perdona, José Manuel; con tanta crítica no te he dicho nada del genial Goya...¡qué genial tu elección!
ResponderEliminarBicos de nuevo!
Yo creo, querida Lola, que vivimos en un país hipócrita. Se aparenta lo que no se es, se finge tener lo que no se tiene y se simula estar divinamente para jorobar al vecino. Contra esto, ¡vaya la goyesca franqueza por delante!
EliminarGoyescos bicos.
Pepe, eres un genio, pero no sé qué diablos pasa con tu blog ni qué interfcerencias raras tiene (desde el anuncio de un escáner que desnudaba a las señoras hasta no sé qué rollos de tarjetas de móvil, pasando por un test de inteligencia con rayas y círculos) que cada vez me cuesta más entrar, y por eso desistí hace unas semanas de poner un comentario en el artículo de "The lunatic" (The lunatic is in my mind), que me quitó no voy a decir los años, pero ya con esta de Víctor y Diego... ¡qué bonita canción y qué bien cantaban estos chicos! Teniendo en cuenta que eran como quien dice de Lavapiés, seguro que, como muchísimos madrileños habré estado mil veces sin saberlo en ese parque que no es parque ni es ná. Y, bueno, yendo a tu artículo: lo necesaarios que son los espacios abiertos para las personas. Eso aún puede arreglarse, pero lo que es lo del urbanismo armónico y las construcciones no aplastantes... cada altura de un edificio es un aumento de ganancia, así que este asunto (véase Seseña) es realmente crudo.
ResponderEliminarMe quedo sorprendido con lo que refieres de las interferencias, Pablo. Y más viendo que el comentario que haces ha entrado en el post anterior al del urbanismo. ¿Estás navegando con Internet Explorer? Si es así, prueba por ejemplo con Mozilla Firefox, no vaya a ser problema del navegador. De todos modos, a veces se entrometen en la Red algunos duendes misteriosos.
EliminarSobre la canción de Víctor y Diego, ¿qué decir? Escuchándola después de tantos años de su creación tengo una sensación agridulce. Por un lado, la de la esperanza inicial en un verdadero progreso social; por otro, la de que seguimos inmersos en las mismas miserias de las que tanto nos hemos lamentado.