sábado, 4 de julio de 2009

Anecdotario médico 2


Lo mismo que en la primera parte, las anécdotas que a continuación voy a referir fueron vividas personalmente o, siendo ajenas, se asemejan a otras que me han sucedido durante mi ejercicio profesional como médico general (hasta el momento, claro). ¡La consulta es una enorme caja de sorpresas! Os recuerdo que entre paréntesis concreto su temática o lo que me sugieren. Y sin más preámbulo, os dejo otra decena de mi personal anecdotario médico:

(Humor oftalmológico) Entra una señora con estrabismo extremo y exclama: “¡Buenos ojos le vean, doctor!”. Verdaderamente, humor sombrío.

(Nesciencia) Estoy explicándole a un paciente las medidas higiénico-dietéticas pertinentes para prevenir el meteorismo (abultamiento del abdomen por gases acumulados en el tubo digestivo) y finalizo de esta guisa: “Y para evitar la hinchazón del vientre no tome tampoco bebidas gaseadas, como refrescos de cola...”. Sorprendido, exclama: “¡Ah, no sabía que la coca-cola era gaseada!”.

(Torpeza) Una mujer refiere dolor de cabeza por darse golpes repetidamente contra las alacenas. Sí, golpes una y otra vez. Le aconsejo que tenga cuidado o que las coloque a más altura, pero su respuesta deshace mis argumentaciones: “Ya lo hice… ¡y sigo dándome golpes igual!”.

(Tragón) Un hombre de mediana edad refiere molestias en el vientre y le pregunto si comió algo inhabitual. Me mira prevenido y, titubeante, me responde: “Bueno, unos higos..., bastantes, tres días seguidos... ¡Ah!, y ciruelas…, muchas; y chocolate con avellanas; y empanada de calamares; y también...”.

(Patente de corso) En vista de sus antecedentes, en el servicio urgencias le prescriben a una paciente paracetamol para aliviar sus dolores musculares. Va con la receta a la oficina de farmacia y, sin justificación clínica, le aconsejan otro fármaco: un antiinflamatorio de uso común al que es alérgica. Al tomarlo confiadamente (ya saben de la reiterada recomendación: ¡consulte a su farmacéutico!), acaece la grave consecuencia: un choque anafiláctico, que precisa movilización de sanitarios –incluido el médico que bien obró–, traslado al hospital, ingreso en UCI… Y el causante del desaguisado, de rositas.

(Vicio lácteo) Una madre a la que le indico un tratamiento, me dice preocupada: “Le estoy dando pecho a la niña... ¿no le perjudicará el medicamento?” Pregunto por la edad de la niña, la madre me responde que ya tiene 3 años y, ante mi gesto fruncido, añade: “Es que tiene el vicio de la leche materna”.

(Vivir para ver) Un hombre rudo de mediana edad entra a la consulta sin llamar: “Vengo a que me haga otra receta de esto…”.  Ante mi extrañeza, porque le había hecho la receta el día anterior, aclara: “Iba a matar una mosca y rompí el envase”.

(Despiste absoluto) Cubriendo el parte de baja laboral de un joven que está encamado con gripe, le pregunto a su madre: "¿Cuándo nació su hijo?". Y, sorprendentemente, la progenitora duda: “No me acuerdo bien... A ver, que creo que tengo aquí el libro de familia. Ah sí, el 7 de julio de...”. ¡San Fermín!, y ni con esa referencia se acordaba del día del parto.

(Despropósito) Acude un joven desgarbado para que le haga un certificado de aptitud para un puesto de trabajo. Me pongo en guardia, pues hace poco que lo envié al psiquiatra por un brote psicótico; le pido el informe del especialista de la mente y compruebo que lo considera incapacitado para toda actividad laboral. Entonces, ante mi extrañeza, reconoce: “Sí, ya presenté los papeles para solicitar la incapacidad”. En verdad es un enfermo y, como tal, merece nuestra compasión.

(Tedio) Dispuesto a retomar un fármaco comercializado para la "mejora del riego sanguíneo", Olegario, un paciente jubilado, me anticipa que no se lo dé en comprimidos, sino en gotas. El motivo alegado dejará estupefacto a más de uno: “Duran menos, doctor, pero así vengo más a menudo y me distraigo”.

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