Silvanus, abogado ambientalista convencido, creía en la justicia ecológica. Fulvius, colega y amigo, indiferente al desarrollo sostenible, ni reciclaba sus residuos. Un día coincidieron en la sala de espera de un neumólogo y se comunicaron el respectivo motivo de su visita. Aquél, una revisión rutinaria de su asma crónica; éste, una tos incoercible. Esperaban junto a otros pacientes.
Fulvius tosía repetidamente y la enfermera le trajo un vaso de agua.
Fulvius tosía repetidamente y la enfermera le trajo un vaso de agua.
—Preferiría whisky —dijo socarrón.
Más serio, le confesó a Silvanus que le costaba respirar y expectoraba sangre.
—Será una simple bronquitis—alentó el ambientalista, aduciendo razones—: Clima cambiante, aire contaminado, tabaco…
—Será una simple bronquitis—alentó el ambientalista, aduciendo razones—: Clima cambiante, aire contaminado, tabaco…
Aquí el otro se rebeló:
—¡Bah!, déjalo, radicalista.
Entonces, la misma enfermera pronunció su nombre.
—¡Bah!, déjalo, radicalista.
Entonces, la misma enfermera pronunció su nombre.
Al salir, Silvanus le interpeló. El doctor Alveolus sospechaba una EPOC. El asmático conocía la enfermedad. Pero se precisaban exploraciones complementarias… para un disonante diagnóstico concluyente: «cáncer de pulmón».
Insospechadamente, Fulvius abrazó el Derecho Ambiental.
Insospechadamente, Fulvius abrazó el Derecho Ambiental.
Derecho ambiental (principios generales)
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