La hemorragia, o sangrado, es la pérdida de sangre de los vasos sanguíneos (capilares, venas, arterias), debida a diferentes causas: traumatismos, enfermedades médicas (úlcera péptica, trastornos de coagulación...), cirugías o medicamentos; la arterial es la más grave. La hemorragia puede ser externa, interna o exteriorizada (interna que sale al exterior por un orificio natural: boca, nariz, oído, ano, uretra, vagina). Las hemorragias externas más frecuentes ocurren en las extremidades, debido a traumatismos (heridas, fracturas). Las hemorragias internas más frecuentes son: gastrointestinales, intracraneales, de órganos abdominales –hígado, bazo– y musculares. Las hemorragiasexteriorizadas, hemorragias internas que la sangre sale al exterior, se presentan en diferentes formas: hemorragia nasal (epistaxis); vómito de sangre (hematemesis); sangre por la boca al toser (hemoptisis); sangrado por el oído (otorragia), sangrado por el ano (rectorragia); sangre por la uretra, ya en la orina (hematuria) o en el esperma (hemospermia); sangrado por la vagina (metrorragia), diferente al sangrado menstrual. Pero también hay formas raras de sangrado, como la exudación de sangre (hematohidrosis), 'sudar sangre', debido a estrés extremo, o sangre en las lágrimas (hemolacria), 'llorar sangre', debido a diferentes causas oculares; dos formas de hemorragia realmente sorprendentes, que han llevado a interpretaciones supersticiosas y se han interpretado como fenómenos milagrosos o divinos.
Como síntesis de la dirección musical, llevada a cabo por un director que dirige un grupo instrumental o vocal –siguiendo lo que el compositor ha dejado escrito en la partitura–, traemos unas palabras y un interesantísimo vídeo del maestro Enrique García Asensio, que fue discípulo de Sergiu Celibidache.
El día que me sacó a dirigir por primera vez en 1960, yo estaba asustadísimo y temblaba mucho, tanto que mi batuta no paraba de moverse. Eran todo anacrusas. Me temblaba todo y yo debía dirigir la Cuarta sinfonía de Beethoven. Cuando me coloco en posición para empezar, me dice, «Erique (Nunca conseguí que me llamara Enrique), cómo pretende usted controlar a 80 músicos si no es usted capaz de controlarse a sí mismo». Me sentó y no dirigí. En ese momento yo lo habría matado, pero tenía razón. Desde aquel día no me ha vuelto a temblar la batuta. Hay ejercicios para auto controlarse. ¿Qué sensación da a los músicos ver a alguien temblando dirigir una orquesta?
De niño me llamó poderosamente la atención un rótulo del hospital de mi ciudad en el que que ponía «Otorrinolaringología» (ORL). Un nombre difícil de pronunciar, con una sílaba más que la de aquel músculo enrevesado que había leído en un libro: esternocleidomastoideo. La especialidad del otorrinolaringólogo (ahora reducida a ‘otorrino’ y humorísticamente a ‘doctor Rino’) quedó resonando en mi cabeza durante mucho tiempo. Creo incluso que me atrajo por un tiempo esa especialidad médica de larguísimo nombre, pero se quedó en recuerdo de infancia.
En su primera obra importante, LaGalatea(1585), novela pastoril, Miguel de Cervantes elogia a cien poetas de su tiempo. En ella, alaba a Góngora, Lope de Vega, Alonso de Ercilla, Fray Luis de León... y a un autor que es menos conocido por su faceta de poeta: Francisco Díaz (1527-1590), famoso cirujano en su tiempo y autor del primer tratado de Urología (considerado por ello “padre de la Urología”), que era amigo de su padre, de profesión cirujano-sangrador. Lo hace en el «Canto de Calíope», en la decimonovena octava, como uno de los médicos-poetas.
De ti, el doctor FRANCISCO DÍAZ, puedo
asegurar a estos mis pastores
que con seguro corazón y ledo,
pueden aventajarse en tus loores.
Y si en ellos yo agora corta quedo,
debiéndose a tu ingenio los mayores,
es porque el tiempo es breve y no me atrevo
a poderte pagar lo que te debo. (*)
Y en el soneto «Al doctor Francisco Díaz», escrito posteriormente, Cervantes vuelve a encomiar al ilustre médico-poeta por la publicación de su Tratado nuevamente impresso de todas las enfermedades de los riñones, vexiga, y las carnosidades de la verga y urina(1588). [v. también AQUÍ] La obra está encabezada por dos sonetos laudatorios de Lope de Vega al autor, llamado a la inmortalidad.
Tú, que con nuevo y sin igual decoro
tantos remedios para un mal ordenas,
bien puedes esperar d'estas arenas,
del sacro Tajo, las que son de oro,
y el lauro que se debe al que un tesoro
halla de ciencia, con tan ricas venas
de raro advertimiento y salud llenas,
contento y risa del enfermo lloro;
que por tu industria una deshecha piedra (**)
mil mármoles, mil bronces a tu fama
dará sin invidiosas competencias;
daráte el cielo palma, el suelo yedra,
pues que el uno y el otro ya te llama
espíritu de Apolo en ambas ciencias.
Antes de su tratado de Urología, Francisco Díaz había escrito otro tratado médico: Compendio de chirurgia: en el qual se trata de todas las cosas tocantes a la theorica y pratica della, y de la anotomia del cuerpo humano, con otro breue tratado de las quatro enfermedades (1575). Este libro está encabezado por dos sonetos laudatorios del poeta y cirujano Juan de Vergara, amigo de Cervantes.
Valga este breve apunte histórico-poético para ahondar en las biografías enlazadas.
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(*) Al parecer, el doctor Díaz había contribuido a pagar su rescate de Argel, ciudad donde estuvo cautivo durante cinco años (1575-1580).
(**) Por piedra hemos de entender cálculo renal o litiasis.
De los poetas hispanos, debo nombrar al pionero Berceo y al deslenguado Arcipreste. No puedo prescindir de Manrique, tan humano y tan sublime en sus elegíacas coplas. Ni de Garcilaso, poeta musical, maestro del soneto y excelso cantor de lo amoroso. No me olvido de las miradas de Cetina. Tampoco de Fray Luis, de elevadas odas a la serenidad y a la vida retirada; ni de san Juan de la Cruz, celestial en lo místico. De Góngora, que pese a su actitud anti galaica no desdeño, me quedo con sus letrillas y canciones; de Quevedo, con sus versos satíricos y algunos amorosos; y el conceptismo inteligente y emotivo de sor Juana Inés no puedo eludir. Lope de Vega, gran cantor del amor siguiendo a Garcilaso, pecador y creyente, fluye por mis venas con su voz emocionada y sincera. El aroma romántico de Bécquer me embriaga con sus rimas; y a su contemporánea Rosalía le tengo puesto un altar, por su fuerza interior, melancólica belleza y dolorosa búsqueda existencial.
Darío marca un antes y un después, siendo maestro de la belleza lírica, observador de la condición humana, relator de su tiempo y a la vez voz profunda que me fascina.
Valle-Inclán me gusta por sus poéticas rosas, que simbolizan la belleza efímera, pretenden la condensación del tiempo y ansían la perfección formal.Un Machado vibra en mí con toda su humanidad y el otro, por su diferente melancolía; de distinto modo, se aposenta la prosa poética de Juan Ramón. Me asombra la apasionada originalidad de Lorca, y Hernández me subyuga con su autenticidad, precisión estética y fuerza del canto. Cernuda y Valente me interesan por su reflexión existencial e independencia poética; y Girondo, por su irreverencia y pulsión erótica. No deja de envolverme Juarroz con su arquitectónica construcción vertical de poemas numerados cuyo primer verso es título; y Pizarnik, con su insatisfacción y dolorosa búsqueda, llena de inseguridad, miedo, sufrimiento, locura... Y aquí me detengo, sin olvidar muchos otros nombres cuyos poemas también me han atrapado.
¿Y de diferentes países?
Primero evoco a clásicos de Grecia y Roma (Homero, Safo, Lucrecio, Virgilio, Horacio, Ovidio), de los que tantos bebieron. De poetas franceses, Baudelaire es santo de mi devoción, contrariamente a la opinión de Borges, quien pese a todo consigue ser poeta cuando se despoja de ornamentos lingüísticos y se sincera consigo mismo; y la melodiosidad de Verlaine es digna de tenerse en cuenta.
De los poetas de habla inglesa británicos, comienzo con el renacentista Dyer por considerar la mente como un reino y proclamarlo con generosidad y hondura, pero debo señalar a Shakespeare por algún soneto; también me impresiona Donne, poeta metafísico que nos dice que ningún hombre es una isla, y no menos Pope, por su maravillosa oda a la soledad, y junto a ellos Blake, artista total que supo como nadie retratar al tigre; se me hacen necesarios los románticos: Wordsworth con sus narcisos, Coleridge con sus alucinaciones, Byron con su malditismo, Shelley con su amor a la libertad, Keats con su ideal de belleza; después algo de los Browning, los sonetos de ella, el nocturno encuentro de él, Brontë –Emily–, Siddal, Hardy y el invicto Henley. De los estadounidenses, Poe, creador de atmósferas inquietantes, Whitman, padre del verso libre e inacabable en sus hojas de hierba, y –sin estar seguro de Dickinson– el moderno Frost, que nos hace reflexionar en el camino que se bifurca, y Teasdale, poeta de los vaivenes del amor, dejando la puerta abierta a Pound, Eliot, Cummings... De Irlanda, el moderno Yeats, cuya isla nos envuelve. De los poetas portugueses, Camões brilla con su epopeya lusitana y Pessoa me asombra con toda su confusión. Y llevo en mente a italianos (Dante, Petrarca, Leopardi), alemanes (Goethe, Hölderlin, Novalis, Heine, Rilke), rusos (Pushkin, Maiakovski) y a poetas de otras culturas o lenguas, occidentales (el griego Kavafis, el rumano Celan...) u orientales, que harían mi relación interminable.
Y si el pasado poético tiene representantes gloriosos, no hemos de olvidarnos de los poetas contemporáneos, de aquellos cuya originalidad o experimentación formal, sin dejar de decir o hacer sentir con hondura, se desmarcan de la multitud. Aunque el vanguardismo de algunos, al igual que mucha música experimental, pueda caer en el olvido por ser incomprensible o difícil de digerir.
Los poetas saben que la poesía todo lo envuelve; y yendo más lejos, Marin Sorescu dijo que «podemos vivir sin pan, pero no sin poesía».