jueves, 27 de marzo de 2025

Matemáticas y Medicina

Fuente

La medicina no es ciencia exacta,
pero las matemáticas le sirven de gran ayuda.

Al hablar de números nos vamos a las matemáticas (en particular a la aritmética). Pues cabe decir que hay una matemática médica y aplicaciones de las matemáticas a la medicina, siendo usado el algoritmo, la estadística, el cálculo, etc.

Aplicación de las matemáticas en medicina (ejemplos):
  • Aritmética: en prescripciones de fármacos.
  • Álgebra: para calcular el riesgo cardiovascular.
  • Cálculo: en epidemiología (aplicación del algoritmo); en inmunología (aplicación del logaritmo); en cardiología: cálculo del gasto cardíaco; en nutrición: cálculo de requerimientos nutricionales. [El instrumento de cálculo más antiguo es el ábaco.]
  • Geometría: relaciones espaciales anatómicas; en traumatología: fracturas; formas tridimensionales –geométricas– de proteínas.
  • Estadística (Bioestadística): en epidemiología; para la interpretación de datos de artículos médicos.
  • Probabilidad: en interpretación de pruebas o razonamiento clínico.
Además de estas ramas básicas de las matemáticas:
  • Teoría de nudos: estudio de configuraciones de ADN como cadena. 
  • Geometría fractal (y Teoría del caos): estudio de fenómenos complejos dinámicos en cardiología, estudio de crecimiento de tumores sólidos. 
____

¿La medicina usa matemáticas?
Aritmética
Álgebra
Cálculo
Geometría
Estadística
Probabilidad

martes, 25 de marzo de 2025

Rechazo a la violencia en el ámbito sanitario


No agredas a quien te cuida.
«Rechazamos profundamente las agresiones hacia los profesionales de la salud. La violencia, ya sea física o verbal, no tiene cabida en nuestros lugares de trabajo, donde estamos dedicados a cuidar, a mejorar la salud y el bienestar de nuestros pacientes, contribuyendo así al bienestar general de la sociedad. Los médicos merecemos respeto y seguridad para desempeñar nuestra labor con la vocación, profesionalidad y humanidad que los pacientes requieren. Me preocupa especialmente la normalización de la violencia hacia los médicos como una forma aceptable de resolver conflictos o expresar descontento. Esto puede trasladarse al entorno sanitario, donde algunos pacientes consideran que agredir a un médico es una forma válida de expresar su frustración».
Luis Tobajas Belvís #StopAgresiones
Llueve sobre mojado... Es triste tener que volver a recordar el problema de las agresiones hacia profesionales de la salud, tanto físicas como verbales, porque lejos de ir a menos parecen ir en aumento. Ya es hora de resolverlo.
____
Entrada relacionada:

domingo, 23 de marzo de 2025

La cajetilla (relato)



[Relato]
Pendía de una viga del alpendre a dos palmos del suelo. Limpio y aseado, vestido con su mejor traje, con la cabeza flexionada y la lengua medio sacada, babeante y con el rostro cetrino. Parecía un muñeco de trapo que un niño hubiese simulado estrangular y después decidido colgar, tal vez para hacer una gracia ante sus amigos de juegos, si no fuese porque el tamaño de la víctima y su constitución de carne y hueso descartaban esa lúdica apariencia. El cuerpo yerto de Otilio Fernández se tambaleaba lentamente, rozando los lustrosos zapatos un viejo arcón de madera. Cualquier música triste le iría bien a aquel cuadro sombrío; pero no se escuchaba un adagio lamentoso, ni una marcha fúnebre u otra sonoridad de hondo patetismo. Todo era helada quietud. Sólo rompía el silencio el chirriar del madero por la fricción de la cuerda…

Se dejó oír el canto mañanero del gallo. Había cesado de llover.

A la hora del desayuno, nadie en la casa lo echó en falta, siendo Otilio madrugador, gustoso de salir a la era el primero y trabajador infatigable; todo ello los días que se mantenía sobrio. Eran las ocho y diez cuando Darío, su hijo menor, descubrió la trágica escena. El espanto paralizó sus ágiles extremidades y apretó su garganta juvenil. Comenzó a jadear como un asmático. No sabía si gritar, echar a correr, romper a llorar o restregar los ojos primero, para cerciorarse de que aquello no era un sueño o un incompleto despertar. Apenas el sol matutino quebraba las lúgubres sombras de la larga noche invernal; el rocío engalanaba los prados y los campesinos no habían iniciado las faenas. Pero no necesitaba pellizcarse para advertir la realidad.

Decididamente, Darío tomó aliento y alertó a los demás.

–¡Mamá! ¡Francisco! ¡Sara!... ¡Venid enseguida! Y alarmados, su madre y sus dos hermanos acudieron presurosos.

–¿Qué pasa? –demandó Francisco, que encabezaba la comitiva.

–¡Papá!... Ahí dentro.

Arrodillado sobre el terreno enlodado de la granja, Darío comenzó a sollozar angustiosamente. Entraron enseguida los otros miembros de la familia y, ante el tétrico espectáculo, emitieron sendas exclamaciones de dolor.

–¡Oh, Dios mío! –clamó Leocadia, la mujer del infortunado.

–Hay que bajarlo enseguida –decidió Francisco, el mayor de los hijos.

La madre no era capaz de soportar aquella escena macabra, y acompañada de Darío abandonó el lugar horrorizada. Sara, más entera, ayudó a su hermano mayor a descender el cuerpo inanimado. Subida a una escalera de mano, cortó la cuerda, a la par que Francisco sostenía desde abajo el tremendo peso del padre inerte. Volvió a entrar el más pequeño de los hermanos, a punto de presenciar cómo el mayor aflojaba la soga, tratando de reanimar al cadáver. Viendo la inutilidad de su intento, comenzó a proferir lamentos de desesperación. «¿Por qué lo habrá hecho, si parecía tan feliz?», se preguntaba Francisco en voz alta. «No encuentro ninguna explicación», balbuceaba Sara, cubriéndose la cara con las manos y gimoteando.

El mismo aire, verdaderamente gélido, se detenía interrogante. Y las nubes grisáceas, poniendo el contrapunto, reanudaron su descarga. 

***
Requerido por aquella muerte violenta, el médico de la localidad llegó al lugar, acompañado del juez de paz. Examinó el cadáver y comprobó en el cuello el profundo surco de ahorcadura. El cuerpo estaba rígido y frío; llevaría muerto unas doce horas.

–Doctor Laguna, ¡fíjese en el trozo de cuerda atado a la viga! ¡Y mire el arcón que hay a la derecha! –apuntó Orencio Gutiérrez, experto en estas lides–. No tengo la menor duda: tras subirse al arcón se echó a la izquierda y, ya sin apoyo, logró consumar su propósito. Tuvo que ser de ese modo, igual que han hecho otros.

Podía ser como afirmaba el juez de paz. Pero el galeno constató un hematoma en la frente y una tumefacción occipital que no casaban. Le indicó a Gutiérrez que lo reflejara en las diligencias que le habrían de hacer llegar al juez de distrito, el mismo que decretaría realizar la autopsia, por no tratarse de una muerte natural.

El forense procedió a ejecutarla y emitió su dictamen. Que no había fallecido por propia iniciativa, como le parecía evidente a Orencio, sino que después de haber sido golpeado brutalmente lo habían colgado, ya sin vida, con el supuesto propósito de simular un suicidio. Se descartaba así la muerte voluntaria. ¡De película!

–Es la primera vez en treinta años que hay noticia en Balobia de algo semejante –le dijo perplejo el juez de paz al médico rural, sabidas las conclusiones de la necropsia.

–También a mí me sorprende –admitió el facultativo–.

Aquella era una comarca tranquila, demasiado tranquila, donde nunca pasaba nada relevante. Y el pueblo de Balobia, un pacífico remanso. Únicamente los más viejos recordaban el caso de la hacienda de los Ameneiro; dos hermanos se pasaron a cuchillo por cuestión de una herencia. Pero ahora cabía pensar en otro acto criminal.

–Es muy extraño –añadió Gutiérrez–, porque no se le conocían enemigos al pobre hombre. Casi no salía; visitaba ocasionalmente la taberna. No era jugador ni, por descontado, pleitista. No me puedo creer que alguien haya podido ensañarse con Otilio. No lo puedo concebir. Me parece mentira… ¡Si era un buenazo!

Laguna tenía el mismo concepto. Había estado en su consulta en varias ocasiones, aquejado de una bronquitis crónica que se le agudizaba con frecuencia, y siempre le pareció un sujeto afable y discreto; un tanto desconfiado y supersticioso, nada fuera de lo normal en una población aldeana y cerrada. Pero conocedor de este mundo absurdo, sembrado de irracionalidades, ya nada le sorprendía.

Al sepelio de Otilio Fernández acudió casi todo el pueblo, además de familiares y amigos venidos de otras localidades. Un día diluviano del mes de abril. Entre manifestaciones de duelo y pensamientos elevados, bajo los paraguas negros corrían comentarios especulativos. Simples y gratuitos chismorreos. 

El muerto entró en el hoyo, y los demás recordaron raudamente que había que vivir en la tierra los cuatro días que el cielo concedía. Un súbito rayo de sol los incitaba a proseguir el camino de los vicios con que el mundo seduce a los mortales.


II
Ya corría el florido mayo cuando la viuda, al tanto del supuesto acto homicida, acudió al doctor Laguna sumida en una comprensible depresión. Venía acompañada por el benjamín, también derrumbado. Leocadia demandaba una terapia para sobrellevar su duelo. Al sensible Darío le bastaba el consuelo de su madre. Los otros dos hijos parecían más enteros, menos vulnerables, fuertes de carácter, según el parecer de Leocadia y la corroboración de Darío. El médico no los había vuelto a ver desde el luctuoso día, un mes atrás, y consideraba una bendición que tuviesen un espíritu enérgico. En trances difíciles es de agradecer que alguien sepa tomar el mando y orientar a los desconcertados y pusilánimes. Sería desastroso que en una catástrofe todos cerrasen los ojos y ocultasen el rostro con las manos. Por fortuna, siempre hay individuos con arrestos que establecen el orden y sirven de guía a los que van a la deriva. De todos modos, Sara y Francisco habrían de estar igualmente afectados en el fondo, por más que supiesen encajar mejor el duro golpe. Laguna trató de animar en lo posible a la afligida viuda y al abatido hijo, haciendo a la postre las recomendaciones oportunas y solicitándole a Leocadia su número de teléfono para mantener contacto.

–¡Gracias, don Andrés! –pronunció ella enjugándose las lágrimas–. Créame que le agradezco su paciencia y sus amables consejos.

–Sé lo que es perder a un ser querido –dijo el médico rural con empatía–, aunque desde luego no en semejantes circunstancias. Les llevará un tiempo recuperar el ánimo, pero lo conseguirán. La vida es así, dura e incomprensible; nos da y nos quita... ¡Mis condolencias, Leocadia! ¡Valor, muchacho! –fueron éstas las últimas palabras de despedida del heredero de Esculapio, después de un enternecedor apretón de manos.

Era otra época; un tiempo de hambre, moderación y cortesía.

La policía había iniciado sus indagaciones, sin fundadas sospechas de nadie en particular. Se inspeccionaron minuciosamente el lugar de los hechos y los aledaños. Pero nada. Se examinó la vestimenta en busca de algún rastro esclarecedor, y tampoco se despejaron dudas. El cadáver portaba un reloj de bolsillo con una leontina de oro, una castaña de indias, una navaja suiza y una cajetilla de cigarrillos.

Un hombre tradicional, temeroso, precavido y fumador, deduciría un investigador. A Andrés Laguna le pareció todo insustancial al relatárselo el forense. Bueno, no todo. Recapacitó y cayó en la cuenta. ¡Otilio no fumaba! Se lo reiteraba cada vez que, agravada su bronquitis crónica, le inquiría sobre el particular. «Hace años que lo dejé, doctor», le juraba. No obstante, quería cerciorarse y llamó a la viuda.

–¡En absoluto, doctor Laguna! Se lo puedo asegurar sin temor a equivocarme. No probaba el tabaco desde nuestro décimo aniversario, por eso lo recuerdo bien, y hace veintidós que nos casamos –le comunicó Leocadia lo que él ya suponía.

Tras despedirse amablemente, colgó el teléfono y marcó el número del forense.

–Hola, Pablo. Tengo una inquietud..., una curiosidad por saber la marca de cigarrillos que se descubrió en la chaqueta del ahorcado.

Lleno de extrañeza, el forense le respondió que lo desconocía, pero que iba a consultar los archivos y después lo llamaría. Pasada media hora, daba su contestación.

–La marca es Cebra. Pero dime, Andrés, ¿es tan importante?

–Sí, Pablo, lo es, porque el difunto dejó el tabaco hace una década, y no creo que volviese a fumar repentinamente, ni que llevase pitillos encima para convidar.

Esto podía dar una pista sobre el agresor. O los agresores, pues no parecía posible que un único individuo hubiese podido colgar a un adulto de noventa quilos, salvo que atesorase una fuerza descomunal, sobrehumana. Y quien extravió la cajetilla, como parecía desprenderse, fumaba una marca inhabitual, por no decir rarísima.

Cabía pensar en individuos próximos y en gente de paso.

Había un dato chocante a ojos extraños: el finado llevaba puestas sus mejores galas en un día de semana. Acaso hiciese barruntar que andaba metido en algún asunto turbio. Para quienes lo frecuentaban era algo banal, una de sus rarezas.

La investigación llevó hasta remotos sospechosos, todos relacionados de algún modo con Otilio Fernández, que prestaron declaración. Pero no se hallaron razones para inculpar a ninguno. Uno de los entrevistados aseguraba, gimoteando, que se sentía muy impresionado, y alegaba andar de gira con la banda municipal esa semana; al sonarse la nariz para liberar su angustia, emitió un sonido más ronco que el de la tuba que tocaba. Otro, anciano y artrósico avanzado, evidenciaba tal rigidez articular que, costándole trabajo valerse por sí mismo, era inconcebible que pudiese arremeter contra otro y levantarlo en peso. Un tercero, también entrado en años, demostró que había permanecido en casa aquejado de un ataque de gota. No cabía sospechar más que de lugareños como éstos; en Balobia recalaban pocos forasteros. Por otra parte, la pregunta fundamental seguía en el aire: ¿qué móvil pudo empujar a alguien a cometer tan grave delito? Desde luego, no el económico, puesto que no se habían llevado nada de valor.

Cierta mañana, más clara que la indagación de la muerte del labriego, Sara se desplazó hasta la consulta del doctor Laguna. Quería una nueva receta para su madre.

–¿Qué tal se encuentra Leocadia?

–Algo mejor, don Andrés. Con lo que le ha dado se ha recuperado bastante. Confía mucho en usted… ¡Ah!, perdóneme, no le di la cartilla.

Sara sacó la cartilla sanitaria de su bolso, a fin de que el galeno le prescribiera, y al hacerlo arrastró consigo un pequeño paquete que Laguna no logró avistar y que fue a parar al suelo. La muchacha se agachó para recogerlo y lo introdujo en el bolso, todo en un movimiento de escasos segundos, que los ojos del sanitario aprovecharon para seguir y constatar que se trataba de una cajetilla de cigarrillos. 

–Perdón, señorita, ¿cuál es la marca que fuma?

–Véalo usted mismo, doctor. Pero... ¡no me diga que es fumador! –Me avergüenza reconocerlo –dijo Laguna en un tono de aparente arrepentimiento; él, que no había fumado en su vida (y en un tiempo en el que no existían las restricciones sanitarias que habrían de venir). Y dispuesto a alcanzar alguna meta, continuó con su artificio–. Es original el envoltorio.

–Sí, no es tabaco corriente; estos cigarrillos son bastante especiales. Los adquiero en un establecimiento especializado de Vizana. Son muy buenos y aromáticos. ¿Quiere probar uno? –lo convidó alargando su delgado y femenino brazo.

–¡Gracias! Lo fumaré más tarde, cuando finalice la consulta. No está bien visto que los médicos fumen, y menos en presencia de sus pacientes.

Sara se despidió, sin mostrar ningún gesto de desconfianza, ni actitud defensiva en su comportamiento, y el doctor Laguna se quedó unos instantes contemplando el pitillo... ¡Oh, sorpresa!, comprobó el nombre al pie del filtro: Cebra. Singular como la belleza de la muchacha, blanca y sombría, de claro mirar y oscura mirada.

Finalmente, se constató que correspondía con la cajetilla hallada en la chaqueta del fallecido, que tenía la imagen del équido rayado. Entonces las sospechas apuntaron irremediablemente hacia la hija del occiso. Inimaginable en un principio, ahora había fundamentos para señalarla, aunque no suficientes para condenarla, considerando lo engañoso de los indicios (y de ser parte de la certeza, en base a lo referido, faltaba averiguar la identidad del cómplice, o de los cómplices). Sus hermosos ojos no delataban maldad y menos un alma asesina; si acaso complejidad, amalgama amorosa de comprensión y recelo, como su homónima bíblica.


III
Llamada a comparecer ante el juez, la muchacha se extrañaba de que pudiese haber pruebas en su contra. Y negaba la acusación con vehemencia.

–¿Cómo pueden implicar a una hija en la muerte de su padre? –interpelaba con dulce furia, encarándose a su señoría por semejante atrocidad.

–No la acuso yo, sino las evidencias –apostilló la autoridad judicial–. Y los indicios sugieren que su hermano Francisco es coautor del parricidio; no se muestra nada apenado... –su señoría se detuvo unos instantes, consciente de esta valoración subjetiva. Luego añadió–: La cajetilla de cigarrillos que apareció en la chaqueta de su padre ha sido decisiva. Su médico de cabecera nos ha ayudado a esclarecer los hechos.

–¿El doctor Laguna? ¡Maldito! –con esta imprecación y sin argumentos para rebatir al juez, Sara, frágil y hermosa, se desvaneció por la emoción.

Poco quedaba para poner punto final al asunto.

Sin embargo, el verdadero desenlace de la farsa fue otro bien distinto. Inesperado e increíble. Produjo el asombro general. Darío, de quien nadie había sospechado, se presentó voluntariamente ante la policía y confesó la autoría del crimen.

Pero ¿qué explicación había para lo sucedido? ¿Qué justificación para profanar el quinto mandamiento? ¿Qué motivación en el hijo menor de Otilio?

Retrocedamos a través de las brumas...

Descubrimos a un hombre que aparentaba buena persona, y lo era fuera del hogar, porque de puertas adentro se vivían situaciones de extrema tensión y violencia. Otilio se emborrachaba sin salir de casa y se mostraba brusco con los hijos, imponiéndoles sus criterios por la fuerza. Intentara incluso abusar de su hija, siendo sorprendido por el hijo pequeño. Leocadia tampoco se salvaba de su ira y se sometía al esposo sin condiciones, callando su humillación por esa atávica vergüenza que esclaviza las conciencias. Darío lo relató con temblor en los labios y húmedo brillo en las pupilas, sin entender por qué y sin disimular el afecto que le guardaba a su padre, quien, a pesar de todo, en los buenos momentos sabía ser tierno y cariñoso. Escudriñar complejidades emocionales que den respuesta a comportamientos antagónicos en un ser humano puede llevarnos a sinuosas veredas. La cuestión es que el hijo menor, no pudiendo soportar más sus vejaciones, tomó la drástica resolución aquella tarde abrileña, hallándose ausentes los demás miembros de la familia; Leocadia estaba en casa de su madre, sola y enferma; Francisco y Sara habían ido de compras a Vizana, la ciudad más cercana a Balobia y cabeza del partido judicial, donde finalmente se habría de juzgar el presunto homicidio. A la vuelta, pasaron a visitar a la abuela y, junto a su madre, volvieron a medianoche, justo cuando la lluvia hacía acto de presencia (no había llovido en varios días), ajenos los tres a los trágicos acontecimientos y sin constatar ella la ausencia de su marido. Se acostó, como tantas veces, en la segunda cama que había en el cuarto de Darío, que fingía dormir, para evitarle molestias al irascible Otilio (de su mal despertar podría esperarse cualquier reacción colérica).

Si al benjamín se le había pasado por la cabeza acabar con el tiránico progenitor, ¿qué mejor oportunidad que aquélla? El padre estaba bebido, sentado en su silla patriarcal, agarrado a una botella de aguardiente y, lo más curioso, vestido con su traje de gala; bajo los efectos del alcohol, era la forma acostumbrada de sentirse elegantemente dominador. No dejaba de proferir insultos y amenazas contra él, su madre y sus hermanos, sin motivos, elevando la voz con cada improperio. Ya no aguantaba más. Empuñó el báculo que Otilio solía llevar en sus caminatas por los montes cercanos y lo golpeó en la nuca con contundencia. El agredido, enorme, cayó redondo, de espaldas, como un pajarito; y se quedó en posición supina con los ojos entreabiertos, como un desmesurado muñeco diabólico. En un impulso incontrolable, remató la faena machacando sañudamente la frente de aquel padre poco ejemplar.

Preso del nerviosismo, cogió la cajetilla y el mechero que su hermana dejara olvidados en la mesa del comedor. Encendió un cigarrillo, le dio un par de caladas y lo arrojó casi entero a la chimenea. Tenía que tomar una rápida decisión. Faltaba poco para las nueve de la noche. Algo más sereno, creyó conveniente borrar sus huellas del arma homicida con el aguardiente que el padre no había consumido. Seguidamente, asió el cadáver por los pies, y poco a poco, con todas sus fuerzas, lo fue arrastrando hasta el alpendre. Por suerte, el suelo estaba seco. Consiguió una cuerda gruesa de esparto e hizo un nudo corredizo en un extremo. Elevando la cabeza del progenitor, la introdujo en el lazo y realizó un buen ajuste cervical. Y con la ayuda de una polea lo colgó de una viga, procurando después que no quedase ningún vestigio de su terrible actuación.

Pero, ¡ay!, por imperdonable descuido, el joven introdujo la cajetilla en la chaqueta del padre, antes de arrastrarlo, quizás presa del nerviosismo, tal vez cegado por el inmediato remordimiento. De todas formas, habría sido igual, pues confesaría tarde o temprano; como reconoció ante el juez, no podría vivir ocultando ese acto infame.

Es de suponer que Leocadia no llegase a saber realmente lo sucedido, porque de lo contrario, para eludir sospechas y proteger así a su hijo, le hubiese comunicado al doctor Laguna que su marido todavía fumaba. De cualquier manera, probablemente no habría de reparar en la importancia crucial de la revelación u ocultamiento del hecho de fumar.

Sobran otras explicaciones.

Los dos hermanos de Darío, mayores de edad, quedaron en libertad. Eran completamente inocentes. Laguna respiró aliviado; cruzó su mirada con la de Sara y creyó ver en ella un sincero perdón. Darío fue juzgado por un tribunal de menores. Dicho tribunal, en pro de una sentencia justa, tuvo muy en cuenta las circunstancias antes de pronunciar su veredicto... ¿Que cuál? He de callar. Prefiero que el lector emita su particular sentencia, en absoluto silencio reflexivo, sin necesidad de dramáticos acordes, supuestamente sabedor de que lo que comprensible no siempre es justificable.

[1994, 5 may.]

Debussy: Cuarteto de cuerda - III. Andantino

viernes, 21 de marzo de 2025

Variaciones



VARIACIONES

De diferentes formas
quise expresarlo
y de verdad vivirlo,
o en mí sentir
las mutaciones múltiples
que tanto alientan.

Se vuelven infinitas
sus variaciones…

Las caras del amor
se manifiestan
dañinas o benéficas,
y si se ocultan
no dejan de sonar
entre las sombras.

No detienen mi asombro
sus variaciones…
 
[2024, 29 jun]
____

Tchaikovsky: Suite para orquesta n.º 3 - 4. Tema con variaciones

miércoles, 19 de marzo de 2025

Sobre la adivinación


Adivinación, predicción, profecía, augurio, presagio...

Una lectura sobre el «complejo de Casandra», atribuido a quien cree que puede ver el futuro sin poder hacer nada por evitarlo (o cambiarlo), nos lleva a reflexiones ajenas sobre la adivinación o videncia.
Una de las prácticas que ha acompañado a la humanidad a lo largo de su historia es la adivinación, producto de la misma curiosidad de los seres humanos por conocer qué les depara el futuro. (…) El diccionario nos dice que adivinar es «lo que está por venir sin certidumbre, ni fundamento”. (…) A lo largo de la historia europea ha existido una condena severa de la iglesia hacia la adivinación que se fundamenta en varios pasajes de la Biblia. Sin embargo, al mismo tiempo se ha dado una cierta tolerancia hacia algunos tipos de adivinación…  
Practicar la adivinación es descubrir conocimientos ocultos por medios sobrenaturales. Está relacionada con el ocultismo e incluye la predicción de la suerte o la videncia. Desde la antigüedad, la gente ha utilizado la adivinación para conocer el futuro o como una forma de ganar dinero. La práctica continúa, ya que los que afirman tener una visión sobrenatural [adivinos, videntes] leen las palmas de las manos, las hojas de té, las cartas del tarot, las cartas estelares y mucho más. (…) La adivinación en cualquier forma es pecado. No es un entretenimiento inofensivo ni una fuente alternativa de sabiduría. Los cristianos deben evitar cualquier práctica relacionada con la adivinación, incluyendo la predicción de la suerte, la astrología, la brujería, las cartas del tarot, la nigromancia y los hechizos. El mundo de los espíritus es real, pero no es inofensivo. Según las Escrituras, los espíritus que no son el Espíritu Santo o los ángeles son espíritus inmundos. 
Medios utilizados para la adivinación: la evocación de muertos, uso de oráculos, consulta de horóscopos, de la astrología, la quiromancia (lectura de manos), la interpretación de presagios y de suertes, los fenómenos de visión, el recurso a "mediums", cartas de tarot, la ouija (juego de la copa), el "libro rojo" y otras prácticas. ¿Quiénes utilizan la adivinación?: la santería, la brujería, el espiritismo, la Nueva Era Prohibición de la Iglesia: la adivinación es un pecado grave contra el Primer Mandamiento. Pero muchas cosas del futuro se pueden deducir con el uso de la razón, por ejemplo el tiempo atmosférico a través de la meteorología.
Adivinación, Padre Jordi Rivero
Encontramos una repulsa de la Iglesia por la adivinación, que la considera pecado y se la prohibe a los creyentes, pero el principal rechazo viene de la ciencia, que no se sustenta en la fe, sino en la razón, y elude la superstición. La adivinación o predicción del futuro la practican los adivinos en sus diferentes variedades: brujo, clarividente, futurólogo, hechicero, nigromante*, profeta, pitonisa, vidente...
____
*practica la nigromancia: adivinación por invocación a los muertos.

El aprendiz de brujo, Paul Dukas
***
Un adivino es un mentiroso que engaña a incautos o temerosos.

Yo no creo en brujas, pero haberlas haylas. (Dicho popular)

Adivinación y curanderismo
Hay una relación entre los métodos supersticiosos y las pseudociencias como el cuanderismo. Y así lo hemos visto en «Curanderismo vs ciencia médica».

lunes, 17 de marzo de 2025

Canción de cuna

Berceuse Op. 38 n.º 1 de Piezas líricas de Grieg


BERCEUSE

Amor mío
voy a cantarte una nana
con cariño
para que pronto te duermas.
Ea, ea,
vete cerrando los ojos.
Ea, ea, ea, ea.

Vida mía
quiero que ahora descanses
para verte
mañana muy sonriente.
Ea, ea,
vete cerrando los ojos.
Ea, ea, ea, ea.

Y soñarás, y soñarás,
y soñarás, soñarás, soñarás, soñarás
con los angelitos del cielo.
Duerme mi amor, duerme mi amor,
duerme mi amor, oh mi amor, oh mi amor, oh mi amor,
que no hay lobos ni brujas. Duerme…

Amor mío
voy a cantarte una nana
con cariño
para que pronto te duermas,
para que pronto te duermas,
para que pronto te duermas,
pronto, pronto, pronto, pronto, pronto, pronto.
Ea, ea, ea, ea.

Vida mía
quiero que ahora descanses
para verte
mañana muy sonriente.
Ea, ea,
vete cerrando los ojos.
Ea, ea, ea, ea.

[2024, 25 sep.]
____
A esta pieza lírica para piano de Edvard Grieg, una nana, le hemos añadido una letra, haciéndola canción, igual que a «La paz del bosque», «Canción del marinero», «Arietta» y otras piezas líricas que esperamos traer a este espacio. Las consideraciones que hicimos en la primera pieza, valen también aquí.

sábado, 15 de marzo de 2025

Aliviar siempre


Alivio de males, consuelo de penas...
Se suele citar en el refranero médico un aforismo que se considera el epítome de la vocación del médico y de la enfermera con respecto al paciente: "Curar a veces, aliviar a menudo, consolar siempre". Por lo general se le cita en francés ("Guérir quelquefois, soulager souvent, consoler toujours"), quizás por la creencia (errónea) de que su autor fue Ambroise Paré. La máxima también ha sido atribuida (de manera igualmente errónea) a Hipócrates, a Florence Nightingale, a Louis Pasteur, a William Osler, a Edward Livingstone Trudeau y a Oliver Wendell Homes (*). Parece ser que la verdad es que no la dijo nadie o, por lo menos, nadie en particular, y que se trata de una de esas frases que se han ido gestando lentamente en el crisol del lenguaje vernáculo, evolucionando y cambiando mediante adiciones, sustracciones y modificaciones aquí y allá, hasta alcanzar su forma más perfecta.
Aliviar siempre, por Eugenio Matijasevic 
____
(*) También se ha atribuido a Claude Bernard y Adolphe Gubler. 
____
La música también puede aliviar...

El cisne (de El carnaval de los animales), Camille Saint-Saëns

jueves, 13 de marzo de 2025

El paciente oncológico y la comunicación


El paciente oncológico, la persona que ha sufrido o sufre un cáncer (tumor maligno, linfoma...), precisa de una atención especial y, en general, de un enfoque multidisciplinario, por tratarse de un paciente especial, con una enfermedad severa. Necesita la atención de profesionales competentes, con conocimiento y aptitudes: expertos internistas, hábiles cirujanos, oncólogos especializados... y médicos de cabecera capaces. Precisa de técnica y de tecnología médicas. Y requiere que quienes lo traten sepan comunicar, porque la comunicación con el paciente oncológico es fundamental, imprescindible para no dañarlo o desestabilizarlo anímicamente. Una buena transmisión de la información, con el adecuado tacto, es parte de la terapia del enfermo oncológico. Lo contrario, la mala información –o la desinformación– es muestra de una medicina poco humanizada, basada en pura técnica y fría tecnología. Recordemos la labor médica: curar, aliviar... y consolar.

No hay que olvidar la comunicación con el paciente oncológico...
____
Entrada relacionada 

Enlaces relacionados

Comunicación con el paciente oncológico

martes, 11 de marzo de 2025

Prokofiev, el compositor de Romeo y Julieta


Serguéi Prokófiev (1891-1953), compositor ucraniano/soviético, figura relevante de la música del siglo XX, estudió en el Conservatorio de San Petersburgo con Reingold Glier, Nikolái Rimski-Kórsakov y Anatoli Liadov, y el día de su graduación interpretó una obra propia: el Concierto para piano n.º 1 (1911). De 1918 a 1933 vivió fuera de su páis, realizando giras como pianista, interpretando sus propias creaciones, por Europa y Estados Unidos, y se estableció en París durante diez años, donde trabajó para los ballets rusos de Diaguilev. En 1934 regresó a la Unión Soviética, donde fue reconocido, pese a algunas disputas con las autoridades, por su música intelectual y disonante. Pero sus estridencias iniciales, como las de la Suite escrita para orquesta (1914), dieron paso a una música melódica, de armonías singulares y ritmos vivaces, cuya culminación es el ballet Romeo y Julieta (1936). Y además de las piezas señaladas, compuso otras obras de interés en diferentes formas musicales: 7 Sinfonías (a destacar las número 1 «Clásica», 3, 4 y 5), 5 Conciertos para piano (a destacar el n.º 3), 2 Conciertos para violín,  el ballet Cinderella, la suite orquestal El teniente Kijé (1933), el cuento orquestado –con narrador– para niños Pedro y el lobo,  9 Sonatas para piano (a destacar las números 6, 7 y 8), 2 Sonatas para violín y piano, la ópera El amor de las tres naranjas y la cantata Alejandro Nevski (1938, para la película del director soviético Serguéi Eisenstein). Un logro teniendo en cuenta la presión que ejercían las autoridades soviéticas sobre los creadores artísticos.

Hechos relevantes o curiosos. En 1923, Prokofiev se casó con la soprano española Lina Lluvera; tuvieron dos hijos. En el verano de 1938, el matrimonio tomó vacaciones por separado, siguiendo la costumbre, y Serguéi se alojó en una localidad montañosa donde conoció a Mira Mendelson, estudiante de literatura de la que se enamoró y con la que llegaría a casarse formalmente en 1948, el mismo año en que el Politburó condenó la música formalista, en la que se incluía a Prokofiev, mientras Lina era acusada de espionaje y condenada a trabajar veinte años en un campo de régimen severo, no llegando a ser liberada hasta 1956. El compositor falleció en Moscú el mismo día que Stalin: 5 de marzo de 1953. Su muerte fue repentina, al parecer por una hemorragia cerebral, a los 61 años. 
______
Serguéi Prokófiev –Biografías y Vidas

Romeo y Julieta: Suite 2

***
Enlaces relacionados
—Composiciones de Prokofiev
—Grabaciones discográficas
Discografía de Prokofiev (III) –Ángel Carrascosa

Fuente

domingo, 9 de marzo de 2025

Haikus arbóreos 2

 
Los pinos miran
las orillas del río
en dulce tarde.


El cielo ve
florecer el magnolio
de color rosa.


En cualquier bosque
los árboles te observan
como a un intruso.


Parece escrita
en el tronco de un árbol
la historia entera.

Escenas del bosque (Waldszenen op. 82), Robert Schumann

viernes, 7 de marzo de 2025

El médico limitado... y sensible

Foto de Andoni Mendoza

Curar a veces, aliviar a menudo, consolar siempre.

Muchas de las reflexiones del doctor Andoni Mendoza*, médico rural que ejerce en la Sierra de Gredos, son verdaderos poemas naturales de gran densidad humana. Y en una de sus poéticas meditaciones, a la cabecera del enfermo, nos recuerda las limitaciones de la Medicina, en concreto la limitación máxima: la mortalidad.

Medicina de cabecera.
En la cabecera de la cama del enfermo. 

—Luciano, al hospital.

Trato de trasmitirle paz.
Pero ni mis ojos ni los suyos esconden que no volverá al pueblo. 

Salgo de la modesta casa. 
Ha nevado, el frío de la medicina en la cabecera me atraviesa el alma.
____
*Ya lo citamos en «La paz del mundo rural» y le dedicamos el poema «Plenitud». 
____
El médico no puede evitar la muerte. Nadie en la tierra puede eternizar la vida. Pero lo inevitable puede conjugarse con lo sensible.

Im Abendrot (En el ocaso), Richard Strauss
Con penas y alegrías,
mano a mano, hemos caminado.
Reposemos ahora de nuestros viajes,
en la tranquila campiña.

miércoles, 5 de marzo de 2025

Tabaquismo y feminismo


El hombre es el único animal que se intoxica por propia voluntad.

Es sabido que en los movimientos sociales bien intencionados siempre hay algún aprovechado que los utiliza por interés económico; sucede en las artes, y en particular en la música urbana, y ha sucedido en la lucha por los derechos de la mujer. Y en este caso fue, cómo no, un hombre:

Bernays, el hombre que utilizó el feminismo para que las mujeres empezaran a fumar. El escritor y publicista austríaco fue uno de los grandes manipuladores del siglo XX en Estados Unidos.

Pero ¿quién era este personaje? Se trata de Edward Bernays, sobrino de Sigmund Freud, inventor de la teoría de la propaganda y las relaciones públicas, que utilizó ideas relacionadas con el inconsciente para la persuasión del «sí mismo» (self) en el ámbito publicitario masivo. [Extracto wikipédico]

Fácil es la manipulación. Fumar era de hombres y las mujeres se les podían igualar como nuevas fumadoras. Vaya engaño. Sucede con otros hábitos y con otras actividades, a las que se ha inducido a las mujeres en nombre de su liberación, haciéndolas caer en los mismos errores en que habían caído los hombres. Con todo, siempre hay tiempo para corregirlos... Y para no provocar controversias, no diremos más que una doble verdad: fumar es malo; dejar de fumar es bueno

Cigarettes & Gin - Granvil Poynter
***
Enlaces relacionados