Atendiendo a lo dicho en la presentación de los tics del pensamiento fugitivo, os presento aquí la décima docena.
- La autoestima no da la felicidad, pero no hay felicidad sin autoestima.
- Aunque los animales sufran de ansiedad siempre será peor la humana, porque el hombre puede analizarla.
- Para aliviar su temor, uno acude al adivino, al sacerdote, al abogado o al médico, aguardando que le digan lo que espera.
- La empanada mental es el batiburrillo de la sesera.
- El vacío de la flaqueza es lastre que hunde; así que aligerémonos con la entereza que eleva.
- En el aprendizaje de la discreción se entromete el talante.
- Debemos respetar siempre a la autoridad democrática, pero nunca doblegarnos sumisamente al poder político.
- Deja la adulación cobarde y sírvete de la discrepancia amigable.
- Al médico general podemos parangonarlo con el decatleta, que no se conforma con el limitado dominio de una sola especialidad.
- Del absoluto desprecio a la admiración sin límite; tal es el oscilante sentir del hombre.
- No hemos de temer tanto a quienes dirigen nuestra empresa como a los compañeros que quieren mandar en ella.
- Con miras a la productividad laboral, el trabajo debiera ser goce y no castigo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario