Uno puede dejar este mundo dentro de un periodo esperado, en razón de la expectativa de vida, o prematuramente, por diversas razones: a causa de una enfermedad fatal, un accidente imprevisto, un acto de violencia, una máxima condena o por propia decisión. Pero nadie se libra de la muerte.
El hecho de la muerte suscita profundos pensamientos y hondos sentimientos. Es lo normal, obviando las excepciones de muertes deseadas y por tanto no sentidas.
Si la muerte siempre es dolorosa y nada consigue mitigar la pena de quienes pierden a un ser querido, no es menos cierto que la música escrita para la ocasión del final de la existencia puede acariciar los heridos corazones. La música también sirve de consuelo en los dolorosos momentos.
Y ninguna composición más sencilla, natural y dulce que el emotivo "Pie Jesu" (Piadoso Jesús) del Réquiem de Gabriel Fauré. Cuando es cantado por un niño, lo que deseaba el compositor, acaso la emoción se acreciente.
El hecho de la muerte suscita profundos pensamientos y hondos sentimientos. Es lo normal, obviando las excepciones de muertes deseadas y por tanto no sentidas.
Si la muerte siempre es dolorosa y nada consigue mitigar la pena de quienes pierden a un ser querido, no es menos cierto que la música escrita para la ocasión del final de la existencia puede acariciar los heridos corazones. La música también sirve de consuelo en los dolorosos momentos.
Y ninguna composición más sencilla, natural y dulce que el emotivo "Pie Jesu" (Piadoso Jesús) del Réquiem de Gabriel Fauré. Cuando es cantado por un niño, lo que deseaba el compositor, acaso la emoción se acreciente.
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