lunes, 6 de febrero de 2023

Febril deleite


Los sucesos importantes de la infancia dejan huella y algunos suelen recordarse con agrado, aunque las circunstancias no sean del todo placenteras.

[Relato]

        Postrado en mi habitación, me recuperaba de una transitoria fiebre infantil. Quizá fuese aquélla la primera mala experiencia como doliente. No tengo claras las imágenes del malestar; no sé bien si un sobrecogedor delirio febril grabado a fuego, con visión de monstruos incluida, se corresponde con ese lance o pertenece a otro no demasiado distante. En esto, como en tantas experiencias vitales, la evocación es confusa; el tiempo funde lo real con lo soñado y confunde las vivencias. Pero no tengo duda de una escena de consuelo paterno tras la mejoría. Vislumbro un niño de cinco o seis años en su cama, semisentado, con un libro de cuentos que su padre le ha traído; lo sostiene amorosamente, apoyándolo en el regazo. Los primeros rayos de la mañana se reflejan en su cara sonriente. Se deleita con las ilustraciones del coloreado libro; no tiene fuerzas para leer. 

Y entonces el padre le cuenta… y le canta:

Estaba el señor Don Gato,
sentadito en su tejado,
miau, miau, curruñau,
sentadito en su tejado.

Sí, ya sé que vosotros conocéis otra versión diferente. Pero es que esta canción del señor Don Gato tiene muchas variantes. Sus letras son múltiples, y la misma onomatopeya gatuna varía; tal vez la vuestra sea «maramiau, miau, miau». Da igual, en mi memoria ha quedado indeleble la que mi padre me cantaba. Y por supuesto el resto de las estrofas. Que se resumen como sigue. «Le trajeron la noticia que había de ser casado. El gato con la alegría cayó del tejado abajo. Rompió las siete costillas y la puntita del rabo. Lo llevaron a enterrar a la plaza del pescado. Los gatos iban de luto y los ratones bailando».

Después de tantos años me doy cuenta de los trascendentales temas de esta simple canción infantil, banal en apariencia. Cuestiones presentadas a través de animales, como en otras canciones infantiles; supuestamente para dulcificarlas. ¿No os dais cuenta, vosotros, adultos, que fuisteis niños? ¿O vuestro pudor impide ver a través de los ojos inmaduros? Pensad un poco y advertiréis el profundo mensaje.

El amor, el sufrimiento, la muerte…

El amor, como en la mayoría de canciones: el gato enamorado. El sufrimiento, in-separable de la vida: el gato sufre un traumatismo que le causa lesiones graves. La muerte, inevitable final de la vida: la muerte del gato imaginario no duele como la de un ser humano. Y el duelo que sigue, para unos, contrarrestado por la alegría festiva de otros: los gatos están tristes y los ratones alegres; es natural, lloran los amigos del desafortunado y respiran aliviados los que ya cuentan con un depredador menos. 

¡Vale!, algunas versiones hablan de la resurrección final del señor Don Gato, al olor de las sardinas. Por eso de las siete vidas de los pequeños felinos. Ese desenlace nos haría entrar en consideraciones religiosas, que, además de una infernal condena, entrañan la esperanza de otra vida; de otra vida mejor, plenamente feliz, definitiva y eterna. Aunque podríamos verlo como una simple anulación de la tragedia; suponiendo en ese caso la buena intención de ver aflorar la sonrisa en los pequeños, sin descartar tampoco el deseo del creador, joven o maduro, de alejar el más terrible temor con un toque cómico.

Y ahora el adulto, o el niño grande, podrá extraer otras conclusiones.

Mujer u hombre que me escuchas: has de saber que el amor es un deleite que no está exento de dolor. No creo necesario dar explicaciones sobre celos, disputas o rencores; tampoco sobre la enfermedad de amor, y menos sobre el proceso químico de enamoramiento de nuestro gato protagonista.

De la enfermedad, en general, nadie se libra, y las dolencias de nuestros allegados nos afectan tanto o más que las propias; de distinto modo, los padecimientos del cuerpo y de la mente acarrean dolor y sufrimiento. 

Una lesión traumática, accidental o violenta, supone una causa brusca de daño a la salud; la caída de nuestro señor Don Gato enamorado es una de las múltiples posibilidades. Todos, en mayor o menor medida, convivimos con el riesgo.

Por fin, la muerte llega; se ha dicho, con o sin matices, que a todos nos iguala. 

La de mi padre llegó inesperada, del modo que más dolor causa; no hay mayor impacto que el de un ser querido que de pronto se va, sin previo aviso. Sin tiempo para preparar la despedida. Sin tiempo par decirle todo lo que había quedado por decir. O un «te quiero».

Pero ¿conviene entristecerse o enrabietarse? No. Es preferible recordar los mejores momentos, como éste de la primera infancia. Y preservar la imagen del progenitor, todavía joven, con sonrisa tierna y ademán cariñoso. También soplando la armónica o tañendo la bandurria, con sensibilidad de músico de fino oído.

Yo lo escucho, entregado a su pasión musical, e irremediablemente lloro de alegría. Y me deleito cuando entona con dulzura la entrañable canción del señor Don Gato.

Porque mi padre no ha muerto, ni morirá jamás.

[2020, 7 en.]

Dueto de los gatos, Rossini
***
La tradición oral ha influido directamente en la propagación de piezas musicales, siendo uno de sus principales efectos la denominada recreación comunal. Un claro ejemplo de recreación comunal es el romance de El señor don gato, del que hemos localizado más de cien textos que, si bien convergen todos ellos en la idea fundamental del gato enamorado y la consiguiente desgracia que le sobreviene por este motivo, existen todo tipo de narraciones, con usos léxicos y construcciones fraseológicas diferentes. Con respecto a los documentos sonoros localizados, podemos hablar de dos tipologías bien diferenciadas: versiones musicales y variantes musicales.

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