La progresiva medicalización de la vida ha ido produciendo un deterioro asistencial que obliga a ver masas de individuos en vez de personas, lo que desvirtúa la esencia de la medicina («la más humana de las ciencias y la más científica de las humanidades», Pellegrino dixit). En pocos años hemos pasado de atender a enfermos, sin prisa, a ver con premura a muchos más usuarios temerosos de enfermar. El engaño social ha generado tantas falsas expectativas que la presión asistencial no ha parado de aumentar. Es frustrante y agotador. Y parece imposible revertir la situación en una sociedad absolutamente medicalizada, donde el modelo humanista de la medicina ha cedido ante al indeseable modelo de gestión.
Pero no hay que tirar la toalla, es preciso combatir todo exceso de tratamiento, liberarnos de la medicalización esclavizadora. Debemos impedir que la vida sea sinónimo de enfermedad, para poder centrarnos en los verdaderos enfermos.
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