6.000.000 de parados |
Y es nuestra particularidad
como sociedad, la idiosincrasia hispana, lo que me hace reflexionar en torno
a este asunto. Siendo un país de extremos, o se nos tilda de esforzados
trabajadores o de vagos recalcitrantes. España es así, sin punto medio (salvando
las diferencias entre comunidades autónomas). Para los empleadores, otro tanto,
implacable o confiado; tal vez escasee el modelo de empresario exigente y flexible
a un tiempo, que busca la rentabilidad, lógicamente, sin deteriorar las
relaciones humanas con sus productores.
Sobre empleo de
calidad, y aunque las comparaciones sean odiosas, haré un comentario sobre
un paciente joven, de treinta y pocos años, que tenía síntomas de estrés por pérdida de empleo. Vino
recientemente a consulta para despedirse, porque tras una entrevista en otro país
europeo le había dado un puesto con contrato indefinido. Y lo que más le sorprendía,
le habían entregado un librito en el que constaban sus condiciones laborales, sus derechos y
obligaciones y la cuota que tenía que pagar al sindicato correspondiente. Nada que
ver, me dijo, con los diferentes trabajos que había realizado aquí. Estaba seguro de que su estado de ánimo iba a cambiar. Esto también
da que pensar.
Por supuesto que también se han de promover las condiciones para crear empleo, permitiendo
que los emprendedores saquen sus empresas adelante. Y aquí entran las políticas
de fiscalidad impuestas por los mandatarios de turno, que actualmente ahogan a pequeños
empresarios y ciudadanos, llevando a una disminución del consumo y al cierre de
las factorías que producen determinados productos que no se consumen, en una
espiral de hundimiento económico imparable. En un clima de desconfianza carga
impositiva despiadada, llega a comprenderse una parte de la economía sumergida.
Los médicos de familia asistimos a diario a situaciones estresantes derivadas de la inseguridad en el empleo y el drama del
paro, manifestadas como trastornos adaptativos de la víctimas
directas y de carga emocional de las indirectas (familiares y allegados), lo que
supone un deterioro de la salud poblacional, que suele acarrear consumo de
fármacos psicótropos (ansiolíticos y antidepresivos), con su riesgo
consecuente, demanda de servicios especializados y de pruebas complementarias,
todo incidiendo negativamente en el gasto sanitario. Los dramas personales y
familiares conducen al consumo de recursos económicos que habría que emplear en
evitarlos.
Con una tasa de desempleo que ya supera el 26 % de la población
activa (la mayor de Europa), lo que significa unos seis millones de parados, es
para cuestionarse todas las medias puestas en práctica hasta ahora. Una barbaridad
que se acrecienta con una superior tasa de paro juvenil. Miles de jóvenes que
no encuentran su primer empleo miran al exterior y se marchan, la mayoría con cualificación
profesional e intelectual. Se van los que tendrían que sostener a una población
no productiva y cada vez más envejecida. La situación es más que preocupante. Hay que analizar todo lo que está fallando. Y si
las medidas de estímulo de la creación de empleo y reactivación económica no son
acertadas, como parece, cambiarlas cuanto antes.
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