Un relato para #cuentosdenavidad de @zendalibros
Varios individuos me asaltaron en un oscuro callejón y, como estaba sin blanca, me dieron una tremenda paliza. La nieve caía sin cesar, en esa época del año de bondadosa alegría, y el frío me dejaba aún más tieso que la tunda que me habían propinado en aquel desierto lugar.
Me levanté como pude, tarareando para darme
ánimo una apropiada canción del tiempo de Navidad: Jingle Bells. Acudí a la
policía, puse los hechos en su conocimiento e hice la descripción de los
agresores. Después fui a urgencias para obtener un parte de lesiones. Y, por si
acaso, también presenté la denuncia en el juzgado de guardia.
Estando sin trabajo, me pusieron un abogado de
oficio, un hombre joven que quiso conocer los detalles: si me defendí, si hubo
intercambio de golpes, si tenía testigos, si había mujeres... Su entusiasmo era encomiable. Por otra parte, el
juez que me tocó necesitaba pruebas, como toda señoría que se precie. En fin,
la justicia requería sus procedimientos.
Yo en esos momentos ya no me acordaba de nada.
El forense certificó “amnesia por presunto
traumatismo craneoencefálico”. Debieron golpearme duramente en la cabeza,
supuso, empleando la deducción de un hombre práctico, al estilo de Sherlock
Holmes. Y eso mismo creían mis amigos, sin necesidad de tener espíritus
detectivescos.
Finalmente, el juez decidió desestimar la
denuncia. De modo que mis atacantes mantuvieron la impunidad. Me quedé atónito.
No sabía si considerarlo un injusto veredicto y violentarme o, encogiéndome de
hombros, acatar con resignación la sentencia absolutoria.
Pero, ¡oh voluble fortuna!, al año siguiente
un tribunal médico decretó mi incapacidad. Y comencé a escuchar alegres
campanas, con mejor ritmo que las que habían sonado en mi mente dañada la
Navidad anterior. Hasta creí ver una misteriosa estrella que guiaba mis torpes
pasos. La vida era bella.
Apelando a la discreción, os ruego silencio…
¡Escuchad! Ahora, con treinta años, cobro un
subsidio, tengo dinero para vivir. Y lo mejor: recobré la memoria. Por eso, a
pesar de todo, debo reconocer que no hay mal que por bien no venga. ¡Feliz
Navidad!
Jingle Bells
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