martes, 25 de junio de 2019

Drama de una atención primaria masificada

Torbellino.

Palabras clave: sobrecarga, incomunicación, burocracia, incertidumbre, desorden, consumismo, confusión, desconfianza, fragmentación, menosprecio, desaliento.

De las múltiples anomalías de la atención primaria de salud, que obedecen a diversos factores —propios y ajenos—, basten los siguientes ejemplos:

Cuando estás atendiendo a un paciente complejo, que requiere su tiempo, y te asignan un paciente sin cita por una nadería. 

Cuando alguien dice que no duerme e inmediatamente se le da un somnífero, en lugar de investigar las causas de su insomnio. 

Cuando precisas una exploración física completa y te echan en la mesa varios formularios para que los cubras.

Cuando alguien pide un tranquilizante a través de una consulta telefónica y no hay argumentos para darlo o negarlo. 

Cuando te consulta un paciente polipatológico y al mismo tiempo te pide que informes al psicotécnico de que no tiene problemas para conducir un vehículo.

Cuando no se recomiendan estatinas en mayores de 75 años en prevención primaria y otro facultativo les insiste a pacientes de ese perfil en que las tomen.

Cuando tu lista de pacientes está repleta y, en medio de la faena, te indican que abandones la consulta para atender una urgencia distante.

Cuando la petición de una prueba diagnóstica es un suplicio papeleril, en contraste con la simplicidad hospitalaria.

Cuando a un niño le indican paracetamol e ibuprofeno para la fiebre y tratas de convencer a la madre de que un solo antipirético es suficiente.

Cuando la descripción de una lesión cutánea no basta y, dudando de tu aptitud, te exigen adjuntar una imagen que lo demuestre.

Cuando adviertes que cada especialista va a la suyo y la atención integral se desmorona por la fragmentación asistencial.

Cuando te consultan simultáneamente múltiples problemas y te ves humanamente imposibilitado para darles respuestas adecuadas.

Cuando compruebas que la noble idea de solidaridad (propugnada por Julian Tudor-Hart) se ha convertido en pernicioso consumismo. 

Y valga una reflexión ajena*, con imagen incluida. 
"Navegamos por el [amenazante] mar de la incertidumbre, donde además de la parte visible del iceberg de la desmoralización, de la sobrecarga, de la falta de reconocimiento que podamos percibir, hay una gran parte sumergida, que condensa varios de los peligros que tiene la AP, peligros que conviene avistar para evitar que choquemos con ellos...", y vayamos a pique.
*Del interesante trabajo "La Atención Primaria desde dentro".


Creemos que las soluciones a este drama de la atención primaria de salud han de pasar por: la regulación asistencial, la confianza mutua y el respeto profesional.

No es bueno tragar hasta empacharse o reventar...

(Escena de los huevos)
***
EL DRAMA DE LA ATENCIÓN PRIMARIA
Rescato una carta al director de 2002 motivada por la especial tensión en un centro de salud ante una sobrecarga laboral inusitada, un mal que pronto afectaría a otros centros. (Los sanitarios expusieron su queja en carteles informativos y enseguida fueron retirados por orden de la gerencia, fundada en motivos políticos”). Traté de reflejar en ella la realidad de nuestro particular drama profesional que, después de tantos años, y aun con mejoras como la receta electrónica, en esencia permanece.

[Faro de Vigo, 24 ago. 2002]
Los médicos generales, los clásicos “de cabecera”, han dado paso a una mayoría de médicos “de familia”, con el mismo cometido teórico pero con cambios substanciales en la práctica: más horas de dedicación, exclusividad laboral (sin actividad privada), manejo de historias clínicas, funciones educativas, investigación, etc.

Entre otras finalidades, se pretendía una mayor eficiencia, un conveniente acercamiento al paciente (o sea, mejorar la relación médico-paciente), la simplificación burocrática, el aumento de la capacitación y la racionalización del gasto, dentro de una atención integral –preventiva y asistencial– de calidad. “¡Perfecto, me apunto!”, accedieron los ilusionados facultativos a las visionarias propuestas de los gestores de la Sanidad Pública. “¡Vaiche boa!”, dijeron los más escépticos. Y yo, que no estaba entre éstos, ahora reconozco a mi pesar: “¡Canta razón tiñan!”.

Pues ¿saben cuál ha sido el pago a la entrega de los profesionales? ¡Atiendan!: retirada de auxiliares de clínica (de inestimable ayuda en las consultas), incremento progresivo de la burocracia (¡imparable!), denegación de medios de transporte para la asistencia domiciliaria (¡obligados a usar su vehículo particular o un transporte público!), deber de asumir el trabajo de otros compañeros cuando se ausentan por permiso reglamentario o baja laboral (¡se ahorra limitando los recursos humanos!). Hablo como médico, pero el cuento es aplicable a la enfermería.

En suma, los médicos generales, de cabecera, de familia, o cómo se quiera, que da lo mismo, “solos ante el peligro”, tomando aire para cubrir recetas (una por una, no como en otros países del entorno que nos aventajan en este tema) y demás papeleo: volantes, partes, informes, certificados e impresos varios que sería prolijo referir (¡qué enorme gasto de papel y qué pérdida de tiempo!). 

Solos, preparados para salir a la puerta y llamar por turno a cada paciente, dar explicaciones, atender quejas y sugerir silencio. 

Solos, listos para atender el teléfono, aunque en ese momento se encuentren palpando un abdomen o realizando otra exploración clínica (¿acaso no están para todo?). 

Solos, dispuestos a que los movilicen desde el 061, a dejar la consulta cuando lo requieran (¡al traste con la cita previa!); pero obligados a retornar y enfrentarse de nuevo con su soledad.

Solos, rezando para que no les acumulen el trabajo de otros (¡que con el suyo ya tienen suficiente!), a cambio de nada, ni tan siquiera de compensación moral.   

Solos, con mayor presión y más obligaciones que nunca (¿algún otro profesional tiene tanta responsabilidad?).

Solos, singularmente proletarizados, sin vacaciones de maestro ni... (¡ya saben!). 

Solos, agobiados, estresados, desmotivados, desencantados, desmoralizados, distanciados de los pacientes o “usuarios”... en una palabra, ¡quemados! ¿Nada más?... Les juro que nada menos.

2 comentarios:

  1. Se puede decir mas alto pero no mas claro. Gracias amigo Jose Manuel , lo importante es quizás no perder el sentido critico

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    1. Gracias a ti, Juan. No, no hay que perder el sentido crítico, porque si caemos en la indiferencia estamos perdidos.

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