viernes, 19 de junio de 2009

Mixtura y fusión musical


Tras una larga historia musical, que los estudiosos han dividido en períodos, una evolución de estilos, con mayor o menor grado de pureza, y combinaciones más o menos atrevidas, asistimos en nuestro tiempo a un variopinto panorama, a un inabarcable mundo de sonoridades procedentes de múltiples culturas y áreas del planeta, casi nunca en estado puro, sino fusionadas. El fenómeno de asimilación de lo ajeno integrándolo en lo propio se hace más palpable en la música popular de finales del siglo XX, si bien en la culta ya conocemos, a otro nivel, las mezclas de las ensaladas musicales del siglo XVI, un fenómeno extraño en el devenir de los siglos, por limitaciones de orden estético, social, político o comunicativo.

En nuestro tiempo, recordemos cómo la célebre cantata profana Carmina Burana, de Carl Orff (1895-1982), presenta como antaño textos en diferentes idiomas (latín y alemán, con algunas palabras en francés antiguo), poemas medievales hallados en un monasterio benedictino, el Benedikbeuern de la ciudad bávara de Beuern (Bura en latín), que se apartan de lo espiritual y se regodean abiertamente en los placeres de la vida; a nadie se le escapa que lo divino es inseparable de lo humano. Se advierte cierto paralelismo entre los cánticos (carmina) de Bura (burana como gentilicio) y las combinaciones musicales de las ensaladas.

La música popular permite más libertades y aprovecha las actuales facilidades de conocimiento, las posibilidades de aprender de otros, ni mejores ni peores, sino distintos, dada por los avances tecnológicos que ponen al alcance de casi cualquiera lo distante. La radio, la TV, la música en conserva, los libros y, especialmente, la gran red cibernética, difunden lo existente y conectan diversas concepciones musicales. Un indio puede conocer la música argelina y la música sueca; un rumano la senegalesa y la china; un neocelandés la brasileña y la rusa. En fin, lo impensable no hace mucho, ahora es normal y a nadie sorprende. Los músicos asimilan del exterior lo que les conviene, y al final resulta la ensalada a la que hemos hecho referencia, no la concebida por lo renacentistas pero sí algo conceptualmente parecido. Hoy en día los sonidos se combinan de modo impensable no hace tanto, y los ritmos, y las lenguas... El purismo se ve como algo trasnochado y decadente.

¿Y qué decir del término “fusión”, tan socorrido? ¿No es algo químico y artificioso? ¿No es preferible la palabra ensalada, más nuestra, genuina, natural y fresca? Bromas aparte, admitamos la dificultad de aderezar la música, pues la simple combinación de ingredientes no basta para alcanzar el resultado apetecido; será la adecuada mezcla, con el aliño conveniente, la que logrará el gusto deseado. El son –elemento de partida de ritmos caribeños briosos, como el mambo y otros conocidos con el nombre genérico de “salsa”– parece una acertada conjunción de elementos ibéricos, europeos, africanos e indígenas, un ejemplo de buen aderezo. De la samba podríamos decir otro tanto. Y sobre todo del jazz, tan múltiple, tan rico en contenidos, tan vivo en su evolución continua, sin perder la esencia pese a estilos, modas o conveniencias mercantiles.

La variedad nos enriquece, siendo dificultoso armonizar las diferencias. Un poco de esto, otro de aquello y de lo de más allá... y el resultado insufrible, tolerable o sublime. Por mucho que creamos que la música es un campo abierto a todo, que la belleza sonora se manifiesta de múltiples formas y que la capacidad de escucha es ilimitada, hemos de admitir que muchas combinaciones sonoras están muy alejadas del concepto de arte musical.
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Este artículo forma parte del publicado en OpusMusica con el título de Ensalada musical y otras mezclas.

¡Y ESTA ES LA ENTRADA Nº 1OO!
No tenía la seguridad de llegar tan lejos...

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