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Cuando se tienen alimentos en abundancia, quizá algunos se deprecien. Pero cuando escasean, se aprecian en todo su valor y se come cualquier cosa.
—Ahora hay mucho vicio... —comentaba un abuelo porque su nieto no quería comer la sopa, las lentejas o un plato cacinado de manera casera.
El niño estaba ya acostumbrado a la comida rápida con alto contenido en azúcares y sobrealimentado con chucherías. Todo lo contrario habría de suceder si tuviese hambre de verdad: no quedaría en el plato ni un resto de lo que le pusieran.
En la película Cuando el destino nos alcance (Soylent Green, 1973)*, calificada de «fábula futurista» o de «profecía malthusiana» y situada en 2022 (prácticamente en nuestro presente), hay una escena en la que los protagonistas masculinos (Charlton Heston y Edward G. Robinson) comen con un deleite contagioso. Y es que no había suficientes alimentos para toda la población, que había crecido de manera desorbitante, de forma exponencial, y para combatir el hambre se había creado un alimento sintético, el «soylent green», que da título original al film. Al fin y al cabo, unas pastillas sin sabor, que nutrían pero no complacían los sentidos (y para nuestro asombro, resultan estar hechas con cadáveres humanos procesados). Los alimentos, digamos naturales, estaban reservados para la élite. Entonces se comprende como estos dos hombres disfrutan de la comida de un tiempo pasado...
*Ya nos referimos a ella al hablar de Eutanasia.
Soylent Green – Eating Scene
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