jueves, 20 de enero de 2022

Autobiografía de un estudiante de medicina


No creo que venga a cuento para la narración de esta verdadera cuanto inverosímil historia, decir cómo fui por mis padres consagrado desde mi tierna infancia al arte de Hipócrates y Galeno, y cómo hube de dejar el regalo de los paternos lares por la estrechez de una mísera posada. Ignoro en qué particulares signos y marcas pude revelar disposiciones felicísimas y raras aptitudes médicas; pero es lo cierto que una mañanica me hallé en Santiago hecho estudiante. 

Cuando tal aconteció era yo un mozancón más espigado de lo que mis años pedían, muy reñido con los libros y muy amigo de pasarme las horas vagabundeando o mano sobre mano. Pienso que esta mi holgazanería fue cabalmente la que inclinó a mi familia a dedicarme al estudio. La cava, la siembra, la siega, no entraban en mi reino: luego yo tenía a la fuerza que ponerme a sabio. Mucho trabajo me costó deshabituarme de la rústica abundancia que en su hogar montañés ostentaban mis padres, a fuer de ricachones labradores gallegos; (y es de advertir que estos tales, a pesar de su fama de cicateros y mezquinos, son, según la experiencia y viajes me han demostrado, los mayores pródigos y manirrotos de toda España). Ello es que yo, al beber el caldo turbio y chirle que nos regalaba la fementida patrona, al engullir su pelado puchero, traía a la mente las perpetuas bodas de Camacho que atrás dejara, y envidiaba de todo corazón a mis hermanos, los que quedaban arando sin pensar en mojigangas de estudios ni de Universidades. 

Si era en otoño, decía para mi sayo: tiempo de vendimia, de castañas, nueces y mosto, ¡quién te cogiera allá! Si en invierno: ¡valientes perniles y chorizos cocerán en el pote de casa! Si en primavera: ¡viérame yo buscando nidos de jilgueros y lavanderas, moras y fresillas silvestres, y no preso en estos bancos y oscuras cátedras! Y finalmente, en carnestolendas recordaba el antruejo que solíamos vestir, pereciendo de risa, con todos los trapos que hallábamos a mano, dándole por corona un ruedo de paja, por cetro una escoba, y pintorreándole de hollín la cara, mientras la sartén puesta en la trípode cantaba el estribillo con que suele acompañar el nacimiento de las amarillas filloas.

Fuente

Esta fue la primera novela de Emilia Pardo Bazán (1851-1921)

Pascual López deja el rural para estudiar la carrera de Medicina en la ciudad de Santiago de Compostela. El libro sigue sus vicisitudes del joven en una narrativa en primera persona. 

La representación del espacio que ofrece Emilia Pardo Bazán en Pascual López. Autobiografía de un estudiante de medicina (1879), su primera novela, compone un Santiago siniestro y grotesco a un tiempo que sin duda tiene que ver con un uso paródico de códigos tardorrománticos ya trillados. Pardo Bazán sitúa las aventuras de un excéntrico profesor de química y su alumno menos despierto en una Compostela atravesada por varios ejes dialécticos (centro/periferia; civil/religioso; ciencia/superstición) que corren paralelos a un contraste fundamental, el que existe entre un presente de decadencia y un pasado de esplendor. Esta formulación, en la que cristalizan ciertos discursos decimonónicos sobre la ciudad, obedece a una lectura ideológica tradicionalista que presenta a Santiago como escenario de la historia y exalta la dimensión bélica de su Apóstol. ​

Gaudeamus Igitur (Alegrémonos pues)
–Himno universitario–

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