Finalizada la sesión de la junta directiva del Colegio de Abogados, el tesorero torció el gesto. Fue el primero en advertir la falta de la valiosa figura dorada que se exhibía en una urna. Representaba al orador Pericles; todo un símbolo. El presidente, el secretario y los demás miembros pensaron en un mismo sentido. Tras comunicar el hecho al personal del Colegio, sin esclarecer nada, denunciaron el supuesto robo. Investigar era competencia de la policía; lo suyo era abogar. Para evitar disgustos, decidieron no enviar ningún mensaje a los colegiados, aunque podrían enterarse por cualquier lengua suelta. Pocas semanas después, el análisis de restos biológicos hallados en la caja acristalada señaló un culpable. ¡El tesorero! Mudó nuevamente de semblante y se desvaneció… El ladrón, diagnosticado de incontrolable cleptomanía, fue absuelto. Lógicamente, perdió su cargo. Y la áurea figura de Pericles luce en su lugar. Pero… ¿qué no quedaría por recuperar?
Siempre lo que tiene valor material o el dinero de por medio...
Escena de La sombra de una duda (1943) de Alfred Hitchcock
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