Desde el día que me acusaron, experimenté una gran transformación. Mudó la alegría en tristeza. No disfrutaba con nada. Hasta mi creatividad literaria se había paralizado; ya no podía escribir. Al ser condenado, se derrumbó por completo mi ánimo. Veréis… Ayudé a bien morir a un hombre desahuciado, sometido a respiración artificial, cuando la eutanasia estaba legalizada. Pero cambió la ley y me aplicaron el derecho natural en lugar del positivo. No lo pudo impedir la buena defensa de mi abogado. Ahora tengo confusa la conciencia, sin emitir un dictamen: ¿odioso o intachable? Con todo, me he impuesto un desafío: escribir un ensayo explicativo. Demostraré que fue un acto médico compasivo, no una razón económica de gestor eficiente. ¡Siento una hipocrática fuerza impulsora de optimismo! Recuperaré la libertad. Volveré a ejercer la medicina. Concebiré una gran novela. Y dirigiré el hospital del que me echaron. ¡Viva la vida!
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