Llegué a Ferrol en el otoño de 1987, en un tiempo de crisis económica –una de tantas–, trasladado desde la planicie de la Terra Chá lucense, harto de frío y nieve, añorando el olor a salitre, las gaviotas volar, un cielo menos gris, el pescado en la lonja, los barcos navegar... Soy hombre de mar, aunque no marinero; y como vigués, de las Rías Baixas, me conformaba con esa costa de las Rías Altas. Así que en el litoral ártabro me asenté, pensando que quizás para siempre. Descubrí otra tierra, aguas vírgenes, acantilados salvajes, una naturaleza agreste en particular orografía. Allí Valdoviño y la Laguna de Frouxeira, Cedeira y la Sierra de la Capelada, Pontedeume y las Fragas del Eume, Capela y Caaveiro, San Sadurniño, Somozas, Ortigueira, Moeche, Ares, Mugardos... Lugares que me marcaron, con sus gentes. Y nuevos amigos me dieron la luz que me faltaba. En Ferrol el hogar, y el segundo hijo que nacía... En la ciudad departamental, de grandes astilleros y puerto militar, viví hasta 1995, trabajando en ella cuatro años y cinco en Valdoviño, pueblo próximo y también costero. Disfruté de la comarca ferrolana, de Ferrolterra, y de ella se llenó mi espíritu, tanto que sentí abandonarla. La impresión que me dejaron sus paisajes –que aún avivan mi sangre–, me inspiró un poema en seis partes que titulé «Artabria» (*). Y reproduzco aquí la VI parte, un soneto.
ALEGÓRICO BANQUETE
Comí gustoso parte de la tierra,
devorando paisajes y figuras,
bebí la claridad y casi a oscuras
sorbí los jugos que la noche encierra.
De campos y de playas y de sierra
me sacié; frente al mar y en las alturas,
en páramos abiertos y espesuras
se alimentó mi espíritu. Me aterra
pensar que he de alejarme de estos lares
para retornar a íntimos lugares,
distantes y extrañísimos ahora.
Pudieran ser postreros los bocados,
el final en terruños tan amados...
¡Sabiendo cuánto pierde, el alma llora!
[1995, abr.]
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(*) Por haber sido asentamiento de los ártabros, tribu celta.
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Por desgracia, no todo es belleza y maravilla... Ferrol, floreciente en otras épocas, es hoy muestra de una ciudad en decadencia, maltratada, desatendida, olvidada por los dirigentes de nuestro tiempo. En un vídeo lo refieren como «La impactante ciudad fantasma de España». Una pena. Pero, sin que sriva de consuelo, preferimos quedarnos con la cara ferrolana más amable.
Qué ver en Ferrol
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