La educación puede prevenir la enfermedad mental.
«El ingreso psiquiátrico de menores crece: Les afectan las redes sociales», dice un titular mediático que a muchos no sorprende, porque se veía venir como mala consecuencia educativa. Se habla de intolerancia a la frustración, de refugio en la redes sociales y, lo más grave, de episodios de autolesión en aumento. En román paladino: hay un incremento de los intentos de suicidio en menores de edad. Y leemos un comentario que –no sé si con exageración– pone los puntos sobre las íes:
Pues ¡qué sorpresa! (modo irónico, obviamente). Nadie se lo esperaba. Que la generación de cristal no tenga personalidad, que sean superficiales, que todo se les haga un mundo... Es una novedad, parece. Muchos lo llevamos diciendo años. Se les llena la boca con la empatía, con la inteligencia emocional y lo que no se dan cuenta es que están al extremo de todo eso: la debilidad. Toda condición laboral les parece explotación, todo sueldo les parece poco porque ellos valen más que nadie, toda corrección les crea un trauma y todo comentario les hunde la vida a la primera de cambio porque todo es un ataque y no está usted siendo asertivo. Todo mal fuera de ellos pero en ellos no hay nada mal. Y sí, muchos lo decimos desde hace años y también hace tiempo que decimos que en 10 años tendremos adultos que serán un lastre para toda la sociedad. Al tiempo, señores.
No es justo el reproche generalizado, ni procede censurar a las víctimas de un mundo delirante, pero el asunto es muy serio, porque los jóvenes son el futuro de la sociedad, y de ellos depende la salud comunitaria, de su propia salud personal.
Generación de Cristal
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